No quiero tener un millón de amigos
por Marcos Fernández
No tengo twitter ni facebook. No tengo seguidores ni amigos. Sí algunos de carne y hueso que los tienen, que juntan cientos y hasta miles de compañeros de ruta digital con quienes comparten charlas, imágenes, momentos. Virtuales. A algunos ni siquiera los conocen, nunca los vieron a los ojos sin tener por medio la pantalla, y sin embargo se exponen, se muestran ante ellos como si fueran amigos de toda la vida.
Hace tiempo ya que las múltiples redes sociales están en un momento de auge donde millones conviven y participan. Este furor está relacionado directamente con el avance tecnológico, y con un cambio profundo en las formas de relacionarse entre las personas. La revolución tecnológica, el salto de la vida analógica a la digital – promocionado también por una campaña mediática a favor del sedentarismo bajo la excusa de un mundo inseguro – aprisionó a muchos chicos que se quedan en sus casa jugando, chateando, frente a la computadora, en vez de salir a jugar a una plaza.
Una gran porción de adolescentes pasan cada vez más horas dentro de estas redes sociales, privándose de reir, llorar, seducir, y fracasar ante los otros. Todo parece ser más fácil cuando lo que uno tiene enfrente es un monitor y no una persona – resulta como una droga que te desinhibe -, pero después, cuando no queda más que cerrar las ventanas de la computadora y abrir la puerta es, seguramente, más difícil.
En esa irrealidad virtual, muchos se sumergen en discusiones, intercambios de ideas, con la convicción de ser sujetos activos de un proceso de cambio que se genera por esa vía. Se han establecido como una nueva forma de comunicación, más directa, sin intermediarios que puedan desvirtuar la idea. Y se pusieron en el centro de la escena mediática bajo obsesiones de famosos y funcionarios que ahora confiesan algunas cosas que antes callaban, una expresión mas de la modernidad.
Sin dudas, son una herramienta importante, masiva, y bien utilizadas pueden resultar una buena manera de comunicar una idea y darle difusión a una política. En el reciente intento de golpe de estado en Ecuador, miles compartieron comentarios e imágenes mediante el facebook y el twitter que clarificaban el intento de golpe de estado, favoreciendo la idea de que otra comunicación es posible. Claro está que esto hubiese sido insuficiente sin la decisión de un gobierno de quedarse donde el pueblo democráticamente lo colocó y una multitud en la calle respaldando esta decisión. Por eso son una herramienta, un medio más que puede aportar su grano de arena a la democratización de la comunicación, siempre parcial, como plantea la UTPBA, hasta que no hay una efectiva democracia económica.
Un amigo, de poca carne y – supongo – muchos huesos, que se dedica a la música me contó que había convocado por facebook a un recital suyo en un pequeño lugar y más de trescientas personas le confirmaron que asistirían a su evento. Fueron veinte. Otro, que participa de una agrupación política centró su convocatoria a una movilización también por esa vía; le confirmaron su participación cerca de mil personas, a la marcha no llegaron más de treinta.
Sin poder entender que mi amigo crea de verdad que ese mundo virtual podía traducirse en el real casi como una verdad irrefutable, le hice una observación marcando su forma de construcción, su manera de convocar y la consecuente posibilidad de resolver el conflicto que motivaba su movilización, él me dijo “la verdad no es lo que más nos interesa, porque ya tenemos un millón de amigos”.
{ Red Voltaire }