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Nada de nadie
Con el paso del tiempo, mientras la edad consume la vida y el paso de los años engulle muchos de los sueños soñados, creemos que conocemos de qué va esto; que con la mitad de nuestra existencia ya vivida sabemos de todo y de qué material está hecho este jodido mundo. Y nada más lejos de la realidad. Pasará la vida entera y no sabremos ni nos enteraremos de cómo son eso que llamamos “relaciones sociales”. Aprendemos – o nos imponemos – a confiar, a creer en esas personas cercanas que nos muestran una cara que nunca es una cara sino una impostura, porque nadie, absolutamente jamás, va a mostrarse tal y como es; entendible esto, por otro lado, porque eso es exponerse, mostrar fortalezas pero sobre todo debilidades. Es por eso de la – lógica y esperable – falsedad omnímoda que pervierte toda personalidad.
De ahí viene la decepción, la sorpresa de ver una realidad antes no vista o no querida ver, el golpe no esperado de asistir a la verdad, a ver el rostro oculto tras lo aparente; porque, y esto es una lección pocas veces aprendida, nos dejamos llevar por la confianza de quienes nos hacen creer en que son dignos de confianza, de quienes creíamos buenas personas, como si esto fuera, qué inocencia, algo común, como si lo extraordinario fuera habitual cuando es exactamente lo contrario.
¿Cómo confiar o creer en alguien cuando el paso del tiempo te demuestra el gran error? Por la necesidad, por el deseo, por la – falsa – esperanza de que no todo es un burdo teatro, de que hay personas por ahí, en algún lugar, que hacen de todo esto algo con sentido, algo más hermoso. Pero qué difícil su encuentro, qué difícil importarle a alguien más allá de tu familia si es que ésta es una familia. Quizá quien se acerque a estas líneas, si es que se acerca alguien, crea que hablan de eso que llaman “amor”, y nada más lejos de la realidad. Estas líneas hablan de la amistad, de la confianza, del afecto, de sentir algo por alguien más allá del simple y vulgar deseo sexual. Porque la decepción, el engaño de lo antes creído, la equivocación de una confianza depositada, supone una bofetada de realidad, una constatación de que lo que imaginamos nada tiene que ver con lo que es, con el saber de la verdad de quienes creíamos conocer y no conocemos.
¿Cómo confiar entonces? ¿Cómo esperar algo de alguien? ¿Cómo esperar un agradecimiento o un gesto de amistad o un te quiero cuando todo se reduce a una mera apariencia, una mera apostura? Pues seguiremos esperándolo porque lo necesitamos, porque seguramente por ahí haya alguien sincero, valioso e inencontrable que de verdad merezca la pena. Pero qué difícil, por no decir otra cosa, resulta dar con ese milagro.
{ Las Cenizas de Troya }
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