Desenmascararnos


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Vacunarse no salva del egoísmo

En medio de la pandemia las corporaciones farmacéuticas se frotan las manos, mientras los pueblos esperan. Frente a la Covid-19 dos modelos de Mundo se confrontan nuevamente para ver quién salva, y a qué precio

por Marlon Zambrano

Vacunarse es, también, un asunto de fe. Desde el mismo momento en que usted entrega su cuerpo como receptor del pinchazo que lesionará su humanidad con un mordisquito estruendoso, deposita esperanzas en los avances de la ciencia por un asunto mecanizado: la propaganda le ha dicho que esa inyección salva.

La poderosísima industria farmacéutica – y la publicidad que la respalda – se han encargado de convencerle de que la inmunidad que adquiere su organismo a través de una vacuna, es prácticamente definitiva para prevenir o curar los males.

Las vacunas son sustancias hechas con los mismos microbios – muertos o debilitados – que causan la enfermedad. Por norma, llevan en sí un agente similar al microorganismo causante del padecimiento, estimulando el sistema inmunológico del cuerpo que reacciona aceleradamente para defenderse.

También nos han convenido de que, los anticuerpos, permanecen dentro del organismo de las personas por mucho tiempo evitando que se enfermen. Con el tiempo, la cantidad de algunos de estos anticuerpos disminuye, por lo que se debe volverse a vacunar, o sea, recibir un refuerzo.

Es un asunto de fe y de estadísticas: desde que Louis Pasteur demostró – en el año 1885 – que una enfermedad se puede evitar al infectar a los humanos con gérmenes debilitados, al utilizar con éxito una vacuna en un niño llamado Joseph Meister que había sido mordido por un perro, el mundo ha presenciado la disminución de las muertes generadas por males que parecían insuperables.

De lo que no nos han podido convencer es que la cura alcanza para todos. Viruela, difteria, poliomelitis, etc., fueron enfermedades muy temidas por el mundo “desarrollado” hasta hace menos de 100 años. Hoy, solo matan en la periferia del gran capital, es decir, en las regiones del mundo donde el dinero no alcanza y la solución milagrosa que ofrece la vacuna se ve retenida frente a una sombría alcabala: el mercado, que no da para abastecer a los más pobres.

Entonces, vacunarse también es un tema político. Es la exposición palmaria de que el mundo zigzaguea entre dos polos: el del capitalismo como modelo excluyente que ve en la salud un brazo financiero de enérgica musculatura, y el que piensa apasionadamente en la salvación de la humanidad.

Frente a cualquier escenario, los niños son los que mejor exponen los instintos: lloran, apenas ven la aguja que inoculará su epidermis en desarrollo, para luego sufrir malestar general, a veces fiebre moderada, y en casi todos los casos dolor o inflamación donde se aplicó la vacuna.

La pelea es a pinchazos

En la mala hora de la Covid-19, un virus pandémico que partió a la historia de la humanidad en dos, asistimos en masa a la rapiña del mercado que lucha feroz y disimuladamente por imponer una modalidad de alivio que en el menor de los casos amerita años de demostraciones de laboratorio y pruebas irrefutables de su efectividad, a través de las seis fases de desarrollo natural de la experimentación. Para el coronavirus, sin embargo, los gobiernos del mundo, pero sobre todo las transnacionales fabricantes de medicamentos, han sido obligados por las circunstancias a sacar al mercado “la vacuna” en menos de un año y a todo riesgo, saturando de expectativas al mundo con un reguero de promesas.

Frente al SARS-CoV-2, luego de haber infectado a más de 125 millones de personas en 141 países o territorios con alguna de sus tres variantes en todo el planeta, existen al menos 100 vacunas en desarrollo para combatir la pandemia a través de un profundo estudio de genómica y biología estructural.

De ellas, hasta febrero de este año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había validado siete distintas que los países han empezado a administrar en tres plataformas, concediendo prioridad a los casos de personas vulnerables. Entre las autorizadas por la poderosa OMS, están la de Pfizer/BioNTech, Moderna, la polémica AstraZeneca/Oxford (con más de 40 casos de trombosis a cuestas solo en Europa, hasta la semana pasada) y la vacuna de Janssen (Johnson & Johnson), mientras otras, como las que ofrecen Rusia y China de las que ya arribaron 750 mil dosis a Venezuela, continúan siendo estudiadas.

Entre tanto, el gobierno anuncia su alianza con Cuba para la producción de las vacunas Abdala y Soberana 02, todavía en fase de pruebas. A la par, nuestro país se acogió al mecanismo multilateral Covax para adquirir 11.374.400 vacunas más, con el propósito de inocular al 20% de la población.

Humanidad vs mercado

La Sputnik V (Rusia) y la Sinovac (China) comenzaron a aplicarse en el país desde finales de febrero pasado, principalmente sobre personal sanitario y adultos mayores seleccionados a través de las distintas datas que administra el gobierno nacional como la Plataforma Patria.

Son jornadas entre alegres y expectantes que han recibido todo el respaldo gratuito del gobierno nacional, y del tejido social zurcido por los consejos comunales y otras organizaciones de base hasta frenar – con su maniobrar preventivo – el desbordamiento de contagios y muertes que mantienen a Venezuela al margen de las peores estadísticas, como las que exhiben nuestros vecinos Colombia y Brasil.

Es el testimonio indiscutible – advierte Jorge Moreno, autoridad para el combate de la Covid-19 en Guatire – de que frente a la pandemia están en juego dos visiones del mundo.

Cuenta un episodio desgarrador con lágrimas en los ojos: a las puertas del hospital general de esa localidad, uno de los centros centinela de la vasta región mirandina (con una de las más altas tasas de contagios del país), dejaron abandonado a un hombre mayor infectado. Fue atendido, a través de todos los esfuerzos necesarios, pero mientras esperaba a que sus hijos retornaran a retirarlo, falleció sentado en la Sala de Emergencia. Permaneció en la misma posición durante horas sin que alguien notara su deceso en el ajetreo de las urgencias. Nadie regresó a buscarlo y lo que es peor, ni siquiera fueron a reclamar su cuerpo.

A ese nivel – detalla – tenemos varias escalas de responsabilidad: el gubernamental (que lo está haciendo bien pero con enormes dificultades económicas por el bloqueo) y el de la responsabilidad social, cuyas implicaciones son inmensas. “El presidente ha tratado de hacerlo de manera voluntaria, llamando a la conciencia, pero sabemos que no es fácil. Cada quien lo asume de manera personal, pero como sociedad también ha habido un gran esfuerzo de una gran parte de la población para contener el virus. Son personas que diariamente están velando por sus vecinos, que la gente esté protegida, la comunidad desinfectada, que se respeten las normas.”

Es, sí, un tema político y de humanidad: “Hay muchos actos de heroísmo diariamente, no solo de los médicos sino también del señor que sale a sacar la basura, exponiéndose. Así como la pandemia hizo que aflorara lo más bonito de la sociedad, empezó a salir lo más grotesco. Vimos cómo los aplausos le dieron paso a los insultos a los médicos, por considerarlos responsables de que un familiar muriera”.

En esa misma medida, señala Moreno, vemos cómo las naciones del mundo reaccionan de manera distinta frente a la eventualidad de la cura. “Yo me imagino que tiene que ser una sociedad muy humanamente preparada, para que por ejemplo Rusia, que no ha vacunado a toda su población y tiene un nivel de fallecidos por la Covid-19 importante, esté sacando vacunas para el mundo entero. Cómo su sociedad lo entiende, lo admite y lo trabaja. Y cómo otras sociedades, con el modelo opuesto, más bien reclaman más dosis porque ellos son los primeros que deben ser vacunados. Rusia y China enviando vacunas, Cuba mandando gente, mientras otros países las acaparan y de paso, en su proceso de vacunación, ni siquiera estipulan a la población más vulnerable. La pandemia lo que hizo fue desenmascararnos”.

{ Épale CCS }

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