Bielsa, o el placer del sufrimiento
por Simón Klemperer
en Puercoespín.com.ar
Ser bielsista es un poco una aventura. En el año 2002, hordas de inconscientes remaron por nuestra desaparición. Perseguidos por perder. Pero Bielsa nunca pierde. La República de Platón comienza diciendo que los justos nunca ganan. La derrota no se perdona en el reino del exitismo. Ser perseguido es un placer. Ser despreciado, una honra. Ser un paria, un orgullo. Ser bielsista, un derrotado anticipado. El bielsismo, siempre por la cuerda floja en dirección al abismo. Es la crónica de una derrota anunciada. El placer del sufrimiento por la búsqueda del placer.
Una idea recurrente del internacionalismo sostiene que la patria no se hereda, se elige. El bielsismo sería la filosofía que le da techo a todos los desarraigados del mundo. El hogar de los desamparados del sistema, de la política, de las ideologías, de los nacionalismos, de las religiones, de los negocios, de la realidad. Y de todo lo demás también. Es el hogar del escepticismo. Cada escéptico tiene a su vieja y a su club, y además, su bielsismo. Cada escéptico se hace hincha irremediable del equipo donde Bielsa entrena. Fundamentalistas del vértigo, creyentes del presing, toque, relevo y rotación. Amantes desaforados del ataque, la creación y el gol. Contradictorios y complejos creyentes agnósticos, embarcados en la irracional búsqueda de la inútil razón. Embarcados en la aventura de la transformación.
Un año somos argentinos, al siguiente chilenos y ahora, inmiscuidos en la indescifrable sensación de ser vascos. Algo inverosímil, casi imposible, y doloroso, para alguien que vive y respira del buen juego, del vértigo, el ataque, centro atrás y gol, y no de la aferrada y dura defensa del arco, como si fuera la Nación y la historia de un pueblo apartado, y centro a la olla.
Arduas empresas todas. Ser argentino fue, claramente, insoportable. Elevados y endiosados, dotados de la más alta fanfarronería y expertos en la venta de humo con la inigualable y empalagosa verborrea porteña. Por el contrario, ser chileno es tarea tanto o más difícil. De las más jodidas debo decir. Siempre queriendo ser más, siempre envidiando al vecino y mirando para arriba. Pero ahí estuvimos todos los parias del mundo unidos, cambiando el destino de esa extensa franja al costado del mar que, como decía Neruda, más que país es una geografía. Y ahí empezó la historia. Mientras las palabras arriba escritas demuestran un fanatismo poco terrenal y por momentos incoherente, Bielsa es siempre cable a tierra y principio de realidad. Tanto es así que el día que se presentó en Chile comenzó diciendo que sí, que sus honorarios eran bastante altos, y que las cantidades de dinero que se mueven en el fútbol son ofensivas para la gente.
El gran documental chileno “Ojos Rojos” comienza con Marcelo Bielsa diciendo: “Nosotros deberíamos aclararle a la mayoría que el éxito es una excepción, los seres humanos de vez en cuando triunfan, pero habitualmente desarrollan, combaten, se esfuerzan, y ganan de vez en cuando, muy de vez en cuando”. Para muchos bielsistas que fuimos chilenos, la historia comenzó el día que la roja enfrentaba a Brasil en Bahía por la Eliminatorias para Sudáfrica 2010. Chile salió a ganar el partido y en el primer tiempo ya perdía dos a cero. Siguió atacando hasta que empató a dos. El gol del empate ya era un sueño, sin embargo, lejos de replegarse y defender ese empate que parecía triunfo, el equipo explotaba en convicción y duplicaba las fuerzas de ataque. Ese día en Brasil, empatar ya no era suficiente. Chile perdió 4-2. El tercer gol de Brasil fue una daga en el corazón, pero las dagas no duelen tanto cuando se muere de pie y jugando a la pelota, porque buscar el empate era más de lo mismo, era ser chileno, entrar derrotado a la cancha y seguir viviendo de rodillas. Ese día supimos que todo era posible. Ganó la derrota y perdió la mediocridad. Era un placer ser trasandino.
Ese Chile era un equipazo, a tal punto que la prensa chilena, siempre chicanera y autodestructiva, terminara defendiendo el juego del equipo incluso en la derrota, cuando perdimos de locales contra Brasil por tres a cero. Bielsa lograba que el periodismo y el público hablara del juego de un equipo sin importar el resultado. Eso no suele pasar en un país sin amor propio, y sin embargo pasó.
La selección chilena de fútbol clasificó al Mundial de Sudáfrica en segundo lugar, después de Brasil. Solo perdió con éstos últimos, Argentina en el Monumental, y Ecuador en Quito. Y ganó en Asunción, Caracas, Lima y La Paz, donde la pelota no doblaba hasta que se encontraron Alexis Sánchez y Gari Medel y la hicieron doblar. De haber seguido siendo argentino en esa época no me hubiera enterado de la existencia de ese tremendo equipo, y me hubiera seguido mirando el ombligo intra-General-Paz, encerrado en los maradonianos dramas de “la tenés adentro”, partidos horrendos de grandes figuras y agónicos empates palermitanos bajo la lluvia.
Fue un placer ser chileno por un tiempo. Fue lindo saber que no todo es una mierda y que las cosas se pueden hacer bien. Mientras aquí luchábamos maradonianamente, carentes de pensamiento y autocrítica, Bielsa convertía a un país históricamente perdedor en un equipo respetado, porque, como dice el loco, “el éxito y la felicidad no funcionan como sinónimos”.
Como dijo el filosofo bielsista Juan Ángel Mondino, “la potencia de la propuesta bielsista se traslada de la cancha a la vida misma: hay que ganar aún en la derrota. Es el respeto por ideas que nacen del potrero, del gusto por tener la pelota. La pelota es el medio de producción donde el pasto es el ámbito para colectivizar el trabajo. Así – continúa Mondino -, en la vida como en la cancha, lo fundamental es la dialéctica entre la espontaneidad y el orden, entre lo individual y lo colectivo, donde la libertad va unida a la belleza y no es individual sino colectiva.” Finalmente, Bielsa le dice al hincha en “Ojos Rojos”: “No me quieras porque gané, necesito que me quieras para ganar”, y concluye, “la adversidad es el mejor momento para expresar la adhesión, porque es el momento donde es más difícil ser fiel”.
{ The Clinic }
Publicado em 30.10.2012