Presente de grego… ops, de inglês!

10-09-2016c

Depois de julho, o Lado D terá as espirais girando ainda mais para os diversos temas esportivos que o aparente monotemático universo do futebol. Longe ser de um problema, receber, publicar por aqui ou ‘apenas’ ter acesso e mentalizar a quantidade de informações que está chegando aos bilhões de mortais pode significar aprendizado.

Muitos chegam a pedir um basta e critica, fecham a página, mudam de canal, desligam o rádio ou a tv, porém, antes de ser futebol, África, secar a Argentina, criticar a “Seleção do Dunga” e tantos chavões, grandes eventos podem tirar os zeros do placar.

Em geral, Olimpíada, Jogos de Inverno, campeonatos continentais, intercontinentais como as Copas do Mundo, vencem pelo cansaço midiático, mas quem tiver saco e souber peneirar, certamente anotará um novo livro, roteiro de viagem, filme, banda, saber das cidades, das bandeiras, políticas, culturas… Desconhecimento e ignorância a menos, combinação perfeita.

Há ‘n’ oportunidades para que as opiniões pós-julho de 2010 tornem-se independentes do chutômetro em alguns aspectos, menos papo ególatra de bar. Só que a maré midiática que afaga é a que também apedreja, parafraseando Augusto dos Anjos.

Alguns exemplos vistos e ouvidos motivarão os próximos escritos. Ou mais escritos, pois há semanas de carona no que está rolando a partir do sul da Mama África, mesmo que feitos em outras partes do planeta.

Esta reflexão sobre Robben Island, a Alcatraz com que os ingleses presentearam os sul-africanos, guarda uma história cinza de repressão que culminou com as cores da liberdade. O que não significa equilíbrio na aquarela deo arco-íris. (Ricardo S.)

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El extraño poder del fútbol

“El deporte puede cambiar el mundo”. (Nelson Mandela)

por Ariel B. Coya

Dicen quienes lo han hollado que el suelo en Robben Island es gris, como sus muros y recuerdos, como la historia de Sudáfrica cuando se habla de esa isla emplazada frente a Ciudad del Cabo. La cárcel a la que fueron enviados miles de sudafricanos por oponerse al odioso régimen racista del apartheid, la misma donde Nelson Mandela pasó recluido 18 años. Allí, huelga decirlo, todos los presos eran negros y todos los guardias eran blancos. Naturalmente.

Cuentan también que entre aquellas paredes, sin embargo, el fútbol servía como vía de escape a los rebeldes, que adoptaron su práctica en rechazo a los deportes de los carceleros, el rugby y el cricket. Tan así, que un puñado de ellos promovió en los años sesenta una liga de fútbol, regida por una federación que tenía sus propias reglas, la Makana Football Association.

“No había fair play en ese sentido, pero el fútbol nos mantenía vivos. Nos permitía ilusionarnos con algo y no deprimirnos”, recuerda sobre esa época Tokyo Sexwale, uno de los que después redactarían la constitución sudafricana en 1994. Otro líder era Tony Suze, quien pasó más tiempo entre aquellas paredes que en cualquier otra residencia que haya tenido. “Los carceleros estaban allí, con sus armas, vigilantes, pero era el único espacio donde nos sentíamos libres, pues las leyes del juego las poníamos nosotros y en aquel rectángulo de juego, ellos no existían”, rememora.

En Robben Island, Nelson Mandela era el preso número 466 y ocupaba una reducida celda de solo dos metros de ancho por dos metros de largo. Estaba aislado. No podía hablar con sus compañeros ni podía jugar en aquella liga de fútbol que denunciaba el racismo opresor del poder blanco. No tenía derecho a nada. Desde aquel espacio minúsculo intentó seguir los partidos, pero los guardias se lo impidieron tapándolo con una tapia, de color gris, como todo lo que rodea Robben Island.

Así, pensaron, podrían acabar más fácil con el líder. Pero se equivocaron, no pudieron destruir al hombre ni menoscabar su espíritu y Mandela emergió de la prisión más fuerte que antes. No solo continuó luchando por terminar con la indignidad del apartheid, sino que aprendió a perdonar a sus torturadores blancos y evitar una guerra civil nacida del resentimiento. Y desde su encierro descubrió cómo convertir a Sudáfrica en una democracia multirracial, concientizando a su vez cómo el deporte, lejos de ser un factor alienante, posee la capacidad para alentar los mejores valores humanos.

“El deporte es más poderoso que la política para derribar barreras raciales”, proclamó tras ganar la presidencia en las elecciones de 1994, las primeras en las que pudo votar toda la población, y el país entero se volcó. Primero, con los Springboks, el equipo que conquistó el Mundial de Rugby de 1995, pese a que estos simbolizaban los privilegios de la minoría blanca y en sus filas solo tenían a un jugador negro, Chester Williams. Luego, volvió a hacerlo con la selección de fútbol que levantó en 1996 la Copa Africana de Naciones, cuatro años después de que la comunidad futbolística mundial readmitiera en su seno a Sudáfrica. De hecho, el capitán de este último elenco, Neil Tovey, pese a ser blanco, se convirtió en un auténtico ídolo de la población negra.

Más allá, es cierto también que nada es perfecto y que Sudáfrica (ni ninguna otra nación del mapamundi) está exenta del racismo, como tampoco lo está el fútbol. Ya saben, la gente a veces grita muchas burradas dentro y fuera del campo y en la grada de los estadios no son ninguna novedad ni los cánticos ni las pancartas discriminatorias.

Estos exabruptos, sin embargo, no debieran empañar el mérito ni la esperanza que muchas veces trae aparejado el deporte, y muy especialmente el fútbol, que en muchos lugares es el pasatiempo de los desarrapados, de los chicos que juegan con pelotas de trapo en los polvorientos arrabales de las grandes ciudades, y de la mayoría pobre que, más allá de los prejuicios, sigue con orgullo a un equipo, sean los Bafana Bafana o sea cualquier otro. Eso mismo pudiera evidenciar este primer Mundial que acoge África. Si así sucediera, nada estaría más cerca de lo soñado por Mandela, el sabio patriarca que regresó de la espesura gris de Robben Island para forjar la “nación del arcoiris”, un mosaico cultural de mil colores.

{ Granma }

Publicado em 09.06.2010

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