| Reprodução/Felipe Bauzá |
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El feminismo indígena de la época colonial
por Alicia Alvarado Escudero
[ Universidad Nebrija ]
Al conmemorar el Día de la Mujer Trabajadora y el Día Internacional de la Mujer este 8 de marzo, hacemos alusión a todas las mujeres del pasado y del presente, pero poco se conoce de un grupo de mujeres de élite indígenas, que hicieron historia en el momento de la Conquista cuando los españoles arribaron a las costas ecuatorianas y norteñas del Perú.
En este territorio gobernaban mujeres bajo el cargo de “capullanas”, “señoras” o “cacicas” de sus territorios, jefas étnicas descendientes de la diosa madre ancestral que las legitimaba en sus cargos de poder, y que les permitió ordenar, mandar y organizar a la población indígena que las respetaba y quedaba bajo su mandato.
Impacto en las Crónicas de Indias
Nos trasladamos a las costas del Perú y Ecuador en los años 1532-1534, cuando un grupo de hombres españoles, soldados y clérigos, quedaron asombrados al ver cómo en estas tierras lejanas las mujeres no solo tenían voz y mando, sino que además eran veneradas y respetadas por todos los varones. El impacto para los castellanos se hizo evidente, y gracias a ello, a su asombro, consideraron relevante anotarlo en sus cuadernos de bitácora.
La descripción de lo que contemplaban sus ojos fue recogida en las famosas Crónicas de Indias, sin ser conscientes de que estaban redactando lo que, en la actualidad, son las fuentes primarias historiográficas más importantes para el conocimiento del empoderamiento femenino indígena en la época Colonial.
Pero, ¿por qué el impacto cultural fue tan notorio para los castellanos cuando vieron el rol que ejercían estas mujeres? Principalmente porque el rol de la mujer en la sociedad de la época distaba mucho de un continente a otro.
En la región andina, las relaciones de género se fundamentaban en un principio de dualidad y complementaridad, donde la esfera de lo masculino y la de lo femenino conformaban un mundo de pares e iguales, totalmente necesarios para la sostenibilidad del mundo. Dentro de este ámbito, el cargo de cacica se fue heredando de madres a hijas desde la antigüedad hasta el siglo XVII, cuando ya se habían asentado las bases de la cultura española, donde la mujer dio paso a su marido para que gobernara en su nombre.
Al contrario de lo que ocurría en el mundo andino, las relaciones de género en la España del siglo XVI y las costumbres castellanas de esta época no reflejaban la equidad entre hombres y mujeres. Amparadas en un discurso hegemónico que incidía en las desigualdades de género, colocaban a la mujer en un estatus inferior al hombre, recubierta de un halo de invisibilidad e indiferencia.
Se consideraba que la mujer no estaba capacitada para gobernar, sino que era el hombre quien debía asumir el control, basándose en las estructuras mentales patriarcales fundamentadas en el heredado discurso jurídico romano. Allí, el hombre era el “pater familias” y la mujer únicamente un apéndice más de la familia, apoyados desde los púlpitos por el discurso teológico del pecado reencarnado en Eva; y defendidas en el discurso científico o médico justificando la versión incompleta de la mujer frente al hombre.
Bajo esta visión feminal, las mujeres de élite de estas sociedad no solo tuvieron que abrirse un hueco en la sociedad y luchar contra su condición sexual, perdiendo el control de su cargo y autonomía en muchos casos, sino que, además, eran indígenas, lo que dificultaba mucho más su situación.
Adaptarse, resistir y negociar
Pero estas mujeres de élite con fuerte carácter y gran ingenio no se resistieron al destino que los españoles dispusieron para ellas y su gran ingenio las llevó a adaptarse, resistir y negociar con la Corona para seguir siendo respetadas y gozar de su prestigio, y de los beneficios y privilegios que les otorgaba su estatus ancestral.
El primer paso fue conocer el nuevo juego de leyes y normas que impuso la clase dirigente. Para ello, aprendieron a leer y a escribir en lengua castellana, porque solo de esta manera podían pleitear en los tribunales para reclamar sus posesiones y defender sus derechos legales.
A su vez, desarrollaron todo tipo de estrategias. Aprovecharon una serie de factores que les favorecían enormemente, como, por ejemplo, el vacío legal en cuanto a la herencia del cargo de cacicas. Esto se produjo en la costa norte con la imposición de las leyes españolas que introdujeron decretos donde se disponía que se heredase y gobernase “según la costumbre de estas tierras”, y la costumbre prehispánica era de un claro cariz matriarcal.
Además, supieron aprovechar su situación de viudedad para poder controlar sus bienes sin un varón al lado: las Prerrogativas Regias solicitadas a la Corona por no haber causado rebelión y haber facilitado el asentamiento español. También supieron adoptar muy bien el rol de mujer “desvalida, débil o indefensa” que la ideología castellana se empeñó en transmitirles para generar lástima en los jueces de la época y obtener beneficios.
Por lo tanto, si bien es cierto que la llegada de los españoles transformó considerablemente esta institución prehispánica, no por ello las costumbres de herencia femenina dejaron de funcionar en el Perú colonial. Incluso en el siglo XVIII aún encontramos documentación en los archivos que alude a los derechos de herencia maternos del Cacicazgo femenino en la costa norte.
Solo gracias al ingenio y al esfuerzo de estas mujeres por resistir, aprender a escribir y a defender sus derechos frente al colonialismo, hoy podemos conocer quienes fueron. Por lo tanto, solamente ellas son las verdaderas protagonistas de su historia y merecen ser reconocidas y visibles en el día Internacional de la Mujer.
(Este artículo fue publicado originalmente en “The Conversation”.)
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