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Redes digitales, realidad-virtual y la necesidad de aggiornar las herramientas de lucha
por Aram Aharonian
Mucho se habla, mucho se teoriza, pero lo cierto es que es la imagen romántica que los medios hegemónicos propagandean se ha ido deteriorando rápidamente ante la sistemática violación de la privacidad y la manipulación de datos personales y el uso de la redes sociales digitales como plataforma de expansión del terrorismo mediático a través de mentiras y falsedades, fake news, utilizados para imponer imaginarios colectivos acordes a los intereses de las grandes megacorporaciones trasnacionales.
Sin duda, las redes sociales digitales ocupan un lugar central en la vida social y política de nuestros países y de nuestros pueblos, y por lo tanto es un espacio de disputa que permite popularizar, expandir y visibilizar el accionar de los colectivos sociales
Hoy vivimos insertos en un modelo de desarrollo corporativo privado de Internet y de las tecnologías digitales, impuesto desde los centros de poder universal. Lo lamentable es que si bien el desarrollo de la tecnología se realizó con inversiones públicas, todo eso se entregó para su explotación, al sector privado, hoy cada vez más concentrado en el llamado Club de los Cinco: Google (Alphabet Inc.), Microsoft, Facebook (que integra WhatsApp), Apple y Amazon, son los destinatarios de todas nuestra conexiones diarias en internet.
Estas megacorporaciones cuentan con plataformas tecnológicas basadas en software, que han logrado penetrar en la intimidad de cada ciudadano y ser el centro del deseo de pertenecer a la comunidad digital organizada.
Las plataformas Uber, Airbnb, WhatsApp, Facebook, Instagram, Alibaba, etc. han empoderado a las empresas más ricas del planeta. Solamente con crear un ámbito para intermediar la conexión de personas y servicios pagos para los usuarios (ciudadanos) de las redes sociales y servicios TICs, nos integraron a un ecosistema donde no tenemos ni voz, ni voto. Si aceptas, perteneces y pasas a ser “usuario”, sino te quedas afuera.
Hoy, alrededor del mundo, una inmensa gama de organismos gubernamentales y partidos políticos están explotando las plataformas y redes sociales para difundir desinformación y noticias basura, ejercer la censura y el control y socavar la confianza en la ciencia, los medios de comunicación y las instituciones públicas.
En los dos primeros años de su gestión, reveló el Washington Post, el presidente estadounidense Donald “Pinocho” Trump realizó siete mil 645 declaraciones falsas o engañosas y en los últimos 12 meses pronunció 15 en promedio. El tuit aguanta todo, pero lo peor es que crea imaginarios colectivos a lo largo y ancho del mundo. ¿A quién se le puede ocurrir que un presidente sea tan mentiroso, tan manipulador?
Pero el de este presidente que gobierna por Twitter no es el único caso: La campaña electoral del ultraderechista Jair Bolsonaro se basó justamente en el uso de los datos personales de los usuarios para la difusión de sus mentiras y diatribas, sus fake news, que hicieron mella en el imaginario colectivo de una población desinformada, pero ávida de cambios.
Ni un debate con sus contendores, ni un discurso sustancioso, sólo lecturas del teleprompter y la explotación de la homofobia, la xenofobia, el racismo por las redes sociales, en especial Whatsapp y Twitter, y el apoyo de dos medios televisivos hegemónicos como las redes Globo y la Record. Y lo peor, es que varios gobiernos y partidos de la derecha latinoamericano-caribeña ven en este modelo su posibilidad de acceso al poder y a las riquezas de nuestros países.
Lo sucedido el 10 de enero en Venezuela fue la negación de lo que se esperaba de acuerdo a lo difundido por la prensa hegemónica cartelizada y las redes sociales: no hubo colapso social, ni alzamiento, ni cierre de negocios,, ni hecatombe diplomática, y Nicolás Maduro asumió en total normalidad su segundo período constitucional.
El problema ha sido que aquellos que inventaron una verdad virtual y trataron de imponer imaginarios colectivos mediante los medios hegemónicos cartelizados, a tuitazos o por las redes digitales, se tropezaron con la realidad-real. Y la única verdad es la realidad, decía Aristóteles, rescataba Immanuel Kant y popularizaba Juan Domingo Perón.
El consumo de noticias es cada vez más digital, y la inteligencia artificial, el análisis de la Big Data (que permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones) y los algoritmos de la “caja negra” son utilizados para poner a prueba la verdad y la confianza, las piedras angulares de la llamada sociedad democrática occidental.
También son muy pocos los dueños de la infraestructura que permite el uso de la Internet en todo el mundo, y de los servicios que sobre ella se brindan. La propiedad de los cables de fibra subacuáticos, las empresas que se alojan y controlan el NAP de las Américas, los grandes centros de datos como Google, Facebook, Amazon o los llamados “servicios en la nube” como Google Drive, Amazon, Apple Store, OneDrive, son megacorporaciones trasnacionales, en su mayoría con capitales estadounidenses.
Hoy, de las seis principales firmas que cotizan en bolsa, cinco de ellas son del rubro de las TIC: Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook.
Campo popular: aggiornar la lucha
Los temas de vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza de Internet, al video como formato a reinar en los próximos años, el hecho de que los mismos televisores se van convirtiendo en una pantalla más a donde llegan los contenidos manipulados por las grandes corporaciones, debieran estar en la agenda prioritaria de gobiernos y movimientos sociales y de nuestra izquierda progresista.
Pareciera que a la izquierda, a los movimientos y medios populares de comunicación, nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados o ya perimidos, enarbolando consignas que no tienen correlato con este mundo nuevo, mientras las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla donde se pelea con nuevas armas.
En estos nuevos campos de batalla, en esta guerra cultural, la realidad no importa. Quizá ya ni se trata de la guerra de cuarta generación, la que ataca a la percepción y sentimientos y no al raciocinio, sino a una guerra de quinta generación, donde los ataques son masivos e inmediatos por parte de megaempresas trasnacionales, que venden sus “productos” (como sus bases de datos, perfiles y el espionaje) a los Estados.
Nuestros investigadores no han estado atentos a la integración vertical de los proveedores de los servicios de comunicación con compañía que producen contenidos, la llegada de los contenidos directamente a los dispositivos móviles, a la trasnacionalización de la comunicación, convirtiendo a la información en campañas de terrorismo mediático… mientras apenas denunciamos lo fácil que está siendo convertir a la democracia en una dictadura manejada por las grandes corporaciones.
Seguimos peleando guerras que ya no existen, preocupados por seguir con la satanización de las nuevas tecnologías, por la denunciología, sin definir estrategias y líneas de acción.
Hoy el campo de batalla está en Internet, en el Big Data, en los algoritmos, en la inteligencia artificial, con insistencia discursiva anclada en el pasado y con una agenda diseñada en países centrales, que no incluyen nuestras realidades. No alcanza con buscar nuevos caminos – en las catarsis colectivas de seminarios, foros, reuniones, conciliábulos, escritos -, sino de idear, crear soluciones específicas al aislamiento y endogamia de nuestros sitios populares, alternativos a los mensajes hegemónicos, comunitarios, populares.
Las redes sociales digitales brindan la posibilidad de expresar algo sobre uno mismo, o desde el sí mismo, son una forma de hacer pública la vida cotidiana a través de las redes sociales, lo que implica que lo privado es público y lo público es privado.
Nos quisieron hacer creer que la Primavera Árabe fue generada por las redes sociales: sólo los pueblos pueden hacer una revolución. También que el otros fenómenos con el argentino de “NiUnaMenos” y otros estallidos sociales, fueron causados por ellas. Las redes sirven para comunicar, coordinar, socializar mensajes, organizar campañas y articularlas nacional e internacionalmente (como la del primer paro internacional de mujeres del 8 de marzo del 2017, con la adhesión de 57 países).
Las redes sociales tienen capacidad de multilateralidad, de interacción, de participación, de llegada masiva a diferentes tipos de usuarios, gratuidad e inmediatez, pero lejos de solventar las falencias de los medios y/o solucionar algunos de los problemas de las democracias actuales, llegó el momento de la desconfianza en estas herramientas.
Y, junto al desconento, el reclamo de su regulación, un reclamo que incluye muchas aristas, disputas, conflictos, y la definición primaria sobre qué tipo de regulación: de la propiedad de las compañías que ofrecen el servicio de las redes, del acceso a las mismas, de los formatos posibles o de los contenidos.
{ Noticias de América Latina y el Caribe – NODAL }
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