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¿Es difícil ejercer la ternura?
por Yamilka Álvarez Ramos
Buscaba yo un barbero en mi barrio de la ciudad de Guantánamo para pelar al niño, la tarde gris languidecía y a él le urgía un “cortecito”, para el reinicio en el círculo infantil al siguiente día.
Después de varias vueltas y casi sin esperanzas, encontré a uno muy joven, que cuando supo de mi espera en la cola comentó tajante: “Yo no pelo a niños chiquitos, me dan trabajo y pierdo mucho tiempo”, a lo que respondí: “El barbero que siempre lo pela no pasa trabajo”. Y logré persuadirlo.
Pensé entonces que, si bien su negocio le otorgaba el derecho de prestar el servicio a quien quisiera, era un acto de insensibilidad, egoísmo, falta de caballerosidad y elemental camaradería, no intentar siquiera resolver el problema, máxime cuando se trataba de una mujer con su hijo pequeño.
Luego comprendí que era también asunto de codicia, afán de dinero, porque el tiempo que según sus cálculos demoraría en atender a infantes que – por razones obvias de la edad -, exigen más paciencia, podía emplearlo en adultos, generadores de mayores ganancias a su bolsillo.
Y eso, si no aparecen varios dispuestos a costearse un “especial”, porque él, como no pocos fígaros en Cuba, atiende privilegiadamente, sin respeto a la cola, a los que pagan el doble de la cuota establecida.
Porque sucede que después de aguardar largamente, con hijo hiperactivo incluido, si llegan clientes dispuestos a abonar por esa prebenda, la espera se torna interminable y puede suceder que intenten pararlo del sillón para atender al “agraciado”.
Pero allí reafirmé mi teoría de que especiales no son precisamente los que asoman y alargan un billete para salir rápido, seguros de cierto poder monetario que abre puertas, o nubla mentes, sino los que marcan su turno, esperan a que les llegue o ceden el lugar a una compañera con su bebe.
El dinero hace falta y el joven barbero de esta historia lo está ganando honradamente con un trabajo necesario que resuelve un problema a la sociedad, pero el camino se tuerce cuando él y otros priorizan sus ganancias o pagan por privilegios en desmedro del respeto y la consideración a los demás.
No podemos acostumbrarnos o ver esas actitudes como algo normal, ni convivir con la práctica del sálvese quien pueda o más pague, cuando es una realidad que para no pocos necesitados, el solo hecho de abonar cinco, 10, 20 y hasta 25 pesos por un pelado pesa demasiado en la economía personal.
En un país que es ejemplo de desprendimiento, altruismo, solidaridad, entre tantos valores humanos, tendremos que seguir buscando en lo mejor de cada uno de nosotros para que en el nuevo y complejo escenario que vivimos no florezcan las manifestaciones de egoísmo, ambición y patrones de vida incompatibles con nuestro sistema social socialista.
En ese sentido, hemos de recordar siempre al Che, quien fuera un genuino exponente de los más nobles sentimientos que habitan en una persona, y aquella frase suya que guarda total vigencia: “Que la dureza de estos tiempos no nos haga perder la ternura de nuestros corazones…” (ACN).
{ Bohemia }
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