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Libia “eligió” la libertad, ahora hay esclavitud
por John Wight
La intervención militar de la OTAN en Libia en 2011 ha ganado justificadamente su lugar en la historia como una reivindicación de la política exterior occidental y de una alianza militar que desde el colapso de la Unión Soviética ha sido desplegada como su espada. La destrucción de Libia siempre será una mancha indeleble en la reputación de esos países y líderes tan responsables.
Pero ahora, con la revelación de que hay gente que es vendida como esclavos en Libia (sí, ha leído bien. En 2017 el comercio de esclavos está vivo y coleando en Libia), la catástrofe que ha caído sobre el país se ha agravado hasta el punto en que es difícil concebir cuando será capaz de recuperarse – y ciertamente ni de lejos como un país de alto desarrollo, como las Naciones Unidas calificaron a Libia en 2010, un año antes de la ‘revolución’.
En 2011 era inconcebible que el Reino Unido, los EEUU y Francia ignorasen las lecciones de Irak, solo nueve años antes, en 2003. Sin embargo, así hicieron, poniendo de relieve su obsesión voraz con el mantenimiento de la hegemonía sobre una región que se sienta encima de un océano del petróleo, a pesar del coste humano y el legado de desastre y caos que esta obsesión particular ha dejado.
Cuando el ex primer ministro británico, David Cameron “descendió” en Benghazi, en el este de Libia, en el verano de 2011, compartiendo la gloria de la victoriosa ‘revolución’ libia con su homólogo francés Nicolas Sarkozy, lo hizo imbuido en la creencia de que había consolidado su legado como líder global. Como Blair antes que él, había ganado su guerra y ahora tenía la intención de participar en el botín político y geopolítico.
Cameron dijo a la multitud, “vuestra ciudad es una inspiración para el mundo, ya que derribó a un dictador y eligió la libertad.”
Reflexionando sobre el fatuo alarde del ex primer ministro de Reino Unido, me acuerdo de una conversación que tuve recientemente con el conductor de un taxi que me llevó a mi apartamento en Edimburgo, Escocia. Durante nuestro intercambio, me informó que era originario de Libia, antes de revelar que se vio obligado a abandonar el país después de que su familia fuera masacrada por los revolucionarios amantes de la libertad de Cameron en 2011. En Libia, antes de la ‘revolución’ y la campaña aérea de la OTAN, había sido ingeniero de petróleo, con un doctorado. Ahora trabajaba diez horas al día conduciendo un taxi en Escocia en medio del invierno.
La destrucción de Libia por la OTAN, a instancias del Reino Unido, los EEUU y Francia fue un crimen, uno que destila el cinismo y la hipocresía de los ideólogos occidentales, para quienes el mundo, con todas sus complejidades, se reduce a un tablero de ajedrez gigante en el que países como Libia han sido durante mucho tiempo meras piezas que se mueven y sacrifican a su antojo y en razón de sus intereses – intereses que son hostiles a la población de los países que consideran maduros para un cambio de régimen.
La palabra extremista es quizás usada en exceso en nuestro léxico, pero es totalmente apropiado para describir el lobby neoconservador a favor de la guerra que ejerce excesiva influencia sobre la política exterior occidental. Estamos hablando de una clase de hombres y mujeres ricos, privilegiados y costosamente educados que se empeñan en purificar el mundo en nombre de la democracia. El resultado final ha sido una larga lista de países desestabilizados y vueltos del revés, en los que la vida de sus ciudadanos ha quedado completamente patas arriba en el proceso.
La guerra y el cambio de régimen permanentes siguen siendo su credo, siempre hacia adelante mientras avanzan de desastre en desastre, lo vuelven a intentar, por Beckett, una y otra vez hasta el desastre total.
En 2011 el pueblo de Libia fue víctima del zafio intento de Occidente de secuestrar el aliento de la primavera árabe en el mismo punto en que perdía resuello. La velocidad de su propagación y su apoyo de masas en Túnez y Egipto, donde consiguió derrocar a dos dictadores pro-occidentales del calibre de Ben Ali y Hosni Mubarak, pilló a Washington y sus aliados por sorpresa.
Libia fue donde decidieron ponerse a la cabeza de su impulso. Lo hicieron motivados no por el deseo de ayudar al cambio democrático en el país, sino para asegurarse de que los extensos y lucrativos contratos de exploración de petróleo y los lazos económicos forjados con el gobierno de Gadafi quedasen protegidos y defendidos después de su desaparición. Esta fue su motivación y el resultado tras seis años de estado fallido es que ahora existe la trata de esclavos.
Washington y Europa nunca han sido una fuente de estabilidad en el Oriente Próximo o África del Norte. Por el contrario, su presencia y su doble juego solo han traído a la gente de esta parte del mundo sufrimiento y desesperación.
Es como dijo Gandhi: “¿Qué les importa a los muertos, los huérfanos y las personas sin hogar, si la destrucción tiene lugar invocando al totalitarismo o en el santo nombre de la libertad y la democracia?”
. Fuente: CounterPunch
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