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Ilusión perversa
por Alejandra Dinegro Martínez
Ahora, tenemos más acceso a la información que nunca antes. Desde libros recién publicados, hasta aspectos caseros de cualquier persona vinculada a esta gran red de información. El avance de la tecnología digital-cibernética es indudablemente asombrosa, prescindir de ella hoy en día, nos podría provocar una gran crisis social global. Es tanta la saturación de información que ésta termina diluyéndose con el paso de los segundos y minutos y termina convirtiéndose en un arma de doble filo, aquella que tanto nos expuso el sociólogo ya fallecido, Zygmunt Bauman.
Lo que intento exponer aquí es la fragilidad en la que convivimos con miles de personas en una “comunidad virtual” de redes sociales que no encuentra límites a nada: tiempo, espacio, distancia, lugar, idioma, raza, en fin, todas aquellas barreras que nos podamos imaginar. Es tanta la ilusión que nos provoca el mundo virtual que los vínculos de interacción reales con otras personas se vuelven tan insostenibles que preferimos no salir de nuestra “comunidad de iguales”, muchas veces creada por nosotros mismos, y así evitar o mostrar nuestra intolerancia frente a la diferencia con otros. Una gran paradoja de nuestros tiempos modernos.
Insultar, agredir, acusar, mostrarse y esconderse es tan sencillo como abrir o cerrar una puerta. El intercambio de ideas que nos ofrece la tecnología digital es tan variada, como perversa. Aquí todos tienen voz, cada quien elige la “comunidad” más afín a sus intereses y cada quien opina a gran escala sin importar las consecuencias de ello, total “todo el mundo lo hace”. Mucha gente usa las redes sociales para fines nobles y otras para todo lo contrario, mientras algunos buscamos ampliar nuestros horizontes, otros solo se encierran en sus zonas de confort. Mientras algunos todavía exponemos nuestras ideas con total libertad, otras se encargan de destruir el único espacio que consideramos nuestro.
Los grados de violencia que se muestran en el espacio virtual, son alarmantes. En el mundo real, la interacción con otro ser humano que piensa diferente a mí, nos lleva a tolerar a mi igual para lograr una convivencia armoniosa. En el mundo virtual si piensas diferente a mí, te ofendo y te censuro. Una serie de frases y pensamientos discriminatorios, retrógrados, prehistóricos y ofensivos que se escudan bajo la libertad de expresión van hilando un grado de violencia que desencadena la muerte de muchos y va amoldando la perversidad de quienes se ocultan tras identidades fantasma.
Campañas de odio encuentran su caldo de cultivo en estos espacios donde se ocultan tras identidades falsas para sacar a flote lo más sombrío de sus personalidades. Campañas sexistas, de buylling, religiosas, racistas, xenófobas, homofóbicas, de acoso, entre otras, se erigen con tanta rapidez que llega incluso a convertirse en una gran industria publicitaria. Y hablan de conceptos tan sublimes que nos gustan a los jóvenes como libertad, amor, justicia pero que en la práctica han sido secuestrados por grupos de poder e intereses particulares.
Las redes sociales se han convertido en un medio de comunicaciones más, tan importantes como la televisión, la radio o los periódicos, quienes han tenido que insertarse a ellas para poder “existir” y por lo tanto expandir sus mercados. Pero, ¿cómo se controla lo que se difunde en medios virtuales?, ¿cómo se censura el grado de violencia expuesta sin ningún filtro de horarios y el libre acceso a estos contenidos?, ¿somos los jóvenes los más afectados a esta exposición de los avances tecnológicos?
A tan poco de haberse conmemorado el Día Internacional de la Mujer, millones de mujeres de todas las edades en el mundo seguimos resistiendo a miles de atentados contra nuestra dignidad, seguridad y decisiones que rompen el molde de lo tradicional o de nuestro destino religiosamente ya asignado. Sumado a los tocamientos indebidos, al acoso callejero, al acoso político, a las violaciones, torturas, a las desigualdades salariales, al no dejarnos decidir sobre nuestros cuerpos, al estigma religioso y social empleado contra lo que no es “normal”, sumado a todo ello, enfrentamos todavía el acoso del mundo virtual. El ciberacoso, existe pero no está reglamentado en el Perú. La Ley de Delitos Informáticos únicamente pena esta modalidad de acoso mediante tecnologías de la información cuando la víctima es menor de edad. En caso de mayores de edad, si bien existe la Ley de Prevención y Sanción del Hostigamiento Sexual y prevé que esta conducta se dé por medios digitales, esta solo aplica a las relaciones de autoridad o dependencia. Un vacío legal de los tantos que tenemos.
Así como consideramos beneficioso el desarrollo de la tecnología cibernética y digital del cual ya formamos parte, sería mucho más fructífero usarlo para nuestro crecimiento como seres humanos y así equilibrar un medio de control social que ha demostrado muchas veces, salirse de control.
{ Agencia Latinoamericana de Información – ALAI }
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