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¿Por qué ser chavista?
por Yldefonso Finol
Nunca me han gustado las autodenominaciones. Primero porque mi alma no se deja enjaular en unas casillas limitadas, reducida a pieza de un montón de anónimos marcados con un sello generalmente imperfecto. Segundo, porque aun en caso de profesar un ideal, no considero honesto autocalificarse digno representante del mismo. Le corresponde a la vida determinar quién llegó hasta el final portando el estandarte de la perseverancia. Por ejemplo no me parece que uno mismo se jacte de ser “marxista” o “revolucionario”, cuando estas cualidades deben honrarse de por vida y reunir los méritos políticos e ideológicos, científicos y éticos, para que el colectivo considere así calificarnos.
Llamarse chavista, sin embargo, reviste riesgos adicionales en una sociedad polarizada y crispada, donde una porción importante de la población interpreta este término como negativo, influida por la severa crisis que padecemos y la campaña mediática transnacional que azuza estigmas.
Sumemos también la carga fáctica de gestiones mediocres y corruptas, que desprestigian al todo chavista por culpa de unos cuantos desvergonzados.
Pues, con ese pesado fardo encima, no vacilamos en asumirnos como chavistas.
II
Si ser chavista es compartir los deseos justicieros de aquel gran ser humano llamado Hugo Chávez, yo soy chavista.
Sería muy cómodo explicar que ya uno era militante revolucionario cuando Chávez apareció en nuestras vidas, pero tendría entonces que considerarme una especie de pre chavista, porque para la mayoría de la gente cualquier cosa que huela a revolución es chavismo.
Así que obviaré el anecdotario personal, para tratar de interpretar un hecho colectivo que nos abrazó y abarcó.
Permítanme considerar que el chavismo es el movimiento político emancipador de las mayorías explotadas y marginadas de Venezuela, que se gesta durante la última década del siglo XX, tomando luego ribetes de ideología continental bajo la figura de Socialismo del Siglo XXI.
Chávez representa la llegada al poder político – por primera vez en nuestra historia – del mestizo venezolano descendiente directo de las etnias sojuzgadas en el proceso de formación socioeconómica del Estado Nacional.
Este detalle no debe menospreciarse, si tomamos en cuenta que para emprender un ciclo emancipador, es fundamental producir rupturas simbólicas con el yugo colonialista que es donde radica el encadenamiento opresor.
Porque los países que fuimos colonias de los imperios mercantilistas somos los mismos oprimidos por los imperialismos contemporáneos y por ende condenados al subdesarrollo y la dependencia.
Y de esta herencia perversa se desprende que sigamos aún gobernados por recién llegados, extranjeros que más que inmigrantes se comportan realmente como invasores.
Chávez es original y pionero hasta en lo racial y clasista. Él encarna la unión obrero-campesina, y la mayoría popular se identifica con su ser proletario y rebelde.
III
Por eso sólo Chávez podía subir al podio público el habla común, la cultura popular criolla, y lo más importante, la épica nacional verbalizada y practicada, el rescate de la historia y la ancestralidad, el sentido de pertenencia a un gentilicio glorioso y a la vez humilde, que hace de la solidaridad un estilo de vida.
Chávez representa lo mejor de la venezolanidad profunda, por eso soy chavista.
Y al ser chavistas, nos descubrimos inmersos en un nuevo paradigma humanista y ecológico, que renueva utopías extraviadas en los laberintos del pragmatismo globalizado; entonces somos reductos de un mundo que no existe y que debemos crear de nuestras manos con el barro áspero de la lucha y la poesía incesante que brota de “los poderes creadores del pueblo”.
He allí el mejor y mayor legado de Chávez: el pueblo chavista. La única fuerza capaz de reemprender cada día los retos de la liberación.
{ Agencia Latinoamericana de Información – ALAI }
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