con i suoi poeti e prosatori

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Pasolini, el fútbol y el lenguaje

por Josep Carles Romaguera

Sí, efectivamente, a estas horas no hay nadie que no sepa que la selección española de fútbol ha conquistado la Copa del Mundo. El alcance de semejante hito deportivo, sin embargo, lo desconocemos por mucho que opinen sociólogos, políticos, periodistas, peluqueras y desempleados. Veremos si se cumple la sentencia de Jean-Paul Sartre en la que afirmaba que “el fútbol es una metáfora de la vida” – algo que no tardó en corregirle su camarada el italiano Sergio Givone cuando invirtió los términos, “La vida es una metáfora del fútbol”, para alterar el resultado -.

Ya se sabe que en tiempos de crisis se inicia una época de esplendor artístico, pero como ni la literatura ni nuestro cine parecen demasiado atentos a la situación que vivimos ni capaces de ejercitar el ingenio o la creatividad, habrá que pensar que nuestra huida hacia delante vendrá marcada por la hegemonía deportiva – no sólo el fútbol, recordemos; también el baloncesto, el tenis, el motociclismo -. De todo ello, tal vez, podamos hacer balance. Sin embargo, ahora sólo se me ocurren algunas conclusiones inmediatas surgidas a raíz de la reciente recuperación y lectura de un artículo que escribiera el cineasta, poeta y ensayista Pier Paolo Pasolini. Este afirmaba en una entrevista realizada para La Stampa en 1973 que si no hubiese sido escritor y cineasta le hubiera gustado ser “un buen jugador de fútbol. Después de la literatura y el erotismo, para mí el fútbol es uno de los mayores placeres”.

Su pasión por el balompié le llevó a utilizar el denominado deporte rey como materia prima de alguna de sus novelas – en 1955 publicó Chicos de la calle (Ragazzi di vita), en la que rememoraba sus vivencias callejeras y futbolísticas sobre terrenos negros de carbón fósil en la periferia romana -. También teorizó sobre la cuestión en el artículo titulado Il calcio é un linguaggio con i suoi poeti e prosatori (El fútbol es un lenguaje con sus poetas y prosistas), publicado por Il Giorno el 3 de enero de 1971 cuando aún estaban frescos los recuerdos de la final de la IX Copa Mundial de Fútbol de México y en la que Brasil venció a Italia por 4 a 1. En el citado texto, su autor, partiendo de las ideas propias del estructuralismo que desarrolló Ferdinand de Saussure, establecía una correspondencia entre fútbol y lenguaje, según la cual afirmaba que el primero, al igual que el segundo, era un sistema de signos. Así pues, según Pasolini los futbolistas ejercían de fonemas, es decir, serían podemas. Siguiendo con la equiparación lógica, la combinación de los podemas – siempre infinita – daría origen a las palabras futbolísticas. La sintaxis de todo este sistema se expresaría en el partido. La conclusión a la que llega el controvertido intelectual es que en este sistema lingüístico-futbolístico puede distinguirse entre “un fútbol como lenguaje fundamentalmente prosístico y un fútbol como lenguaje fundamentalmente poético.”

Cuestiones relacionadas con la cultura, la sociedad o la Historia determinarían que determinados pueblos jugaran un fútbol prosaico, cuyo ejemplo máximo sería la squadra azzurra, la selección italiana – aunque tal vez ese privilegio en las últimas décadas debamos traspasárselo a los germanos -. Esta aplicaría sobre los terrenos de juego el esquema fundamental de ese sistema: “El catenaccio y la triangulación (que Brera llama geometría) es un fútbol de prosa: se basa en la sintaxis, en el juego colectivo y organizado, esto es, en la ejecución razonada del código.” Sin embargo, otros pueblos, según Pasolini los latinoamericanos, practicarían un fútbol poético, Il calcio in poesia, basado en el regate puro y el gol: “¿Quiénes son los mejores regateadores del mundo y los mejores goleadores? Los brasileños. Por lo tanto, su fútbol es un fútbol poético… El regate y el gol son los momentos individualistas-poéticos del fútbol; por eso el fútbol brasileño es un fútbol de poesía. Sin hacer juicios de valor, en un sentido puramente técnico, en México la poesía brasileña ha ganado a la prosa estetizante italiana.”

Bien, recordemos de nuevo que España acaba de proclamarse Campeona del Mundo de fútbol. Y, teniendo en cuenta los elogios de la prensa especializada, nadie ha tenido la desvergüenza de tildar el juego de los de La Roja de prosaico – aunque se ha aclamado su juego colectivo, su efectivo y equitativo reparto de roles -. ¿Han cambiado las cosas desde que Pasolini teorizara sobre la cuestión? Si echamos un vistazo al cuadro de semifinales, con tres representantes europeos – España, Holanda y Alemania -, todo parece indicarnos que la supremacía que apuntaba el italiano, tal vez todavía abatido por la debacle de su selección en la final contra la canarinha, ha cambiado. La teorización dialéctica de Pasolini no resulta sorprendente en él. Ya en 1965, en el Festival de Cine de Pesaro, expuso sus ideas sobre lo que consideraba cine de poesía, que fueron inmediatamente discutidas y rebatidas por el cineasta francés Eric Rohmer, defensor de la idea de cine de prosa.

Pasolini consideraba que el cine de prosa era convencional, que se fundamentaba en la psicología de los personajes, en la lógica narrativa, y que creaba efectos para captar la atención del espectador. En conclusión, un cine narrativamente clásico, que camuflaba la figura narradora de la tercera persona. Sin embargo, valoraba el cine de poesía que, contrariamente a la reproducción del lenguaje escrito que era el cine de prosa, reproducía los mecanismos del lenguaje oral y se inspiraba en la acción de los cuerpos y la presencia de los objetos. Un cine, en definitiva, donde la mirada del autor se hace presente a través de su estilo, con el que se ponen de manifiesto aspectos biográficos e ideológicos. Es decir, la subjetividad del cineasta. Pasolini reconocía que “se está formando una tradición técnico-estilística común: es decir una lengua del cine de poesía. Tal lengua tiende de momento a presentarse como diacrónica respecto a la lengua de la narrativa cinematográfica… Esta naciente tradición técnico-estilística se basa en el conjunto de los estilemas cinematográficos, que se han formado tan naturalmente, en función de los excesos psicológicos anómalos de los protagonistas elegidos pretextualmente: o mejor en función de una visión sustancialmente formalista del mundo del autor (informal en Antonioni, elegíaca en Bertolucci, tecnicista en Godard, etcétera). Expresar esta visión interior reclama necesariamente una lengua especial, con sus estilismos y sus tecnicismos inherentes a la inspiración, que, al ser fundamentalmente formalista, tiene en ellos simultáneamente su instrumento y su objeto”.

La controversia, como en lo referente a cuestiones futbolísticas y lingüísticas, nos ha llevado a la conclusión de que el cine del propio Eric Rohmer es a ojos de algunos espectadores mucho más poético que el de Pasolini. Cuestiones como la subjetividad nunca han sido ajenas a las películas del cineasta francés, y si el naturalismo de su puesta en escena ha podido provocar equívocos, estos deberían quedar eliminados cuando descubrimos cómo algunos de sus protagonistas parecen vivir más atentos a sus sueños e idealizaciones que a los acontecimientos que la realidad les depara. Y en cuanto a Pasolini, la perspectiva que nos ofrece el tiempo nos permite descubrir más de un punto en común con el cineasta francés. Sin embargo, dejemos el celuloide y volvamos al césped – ya dijo Jean-Luc Godard que sobre cine y fútbol todo el mundo puede opinar -.

El debate alrededor de la distinción entre fútbol prosaico y fútbol poético parece exigir una revisión urgente. Y ejemplos no faltan. Si Pasolini alababa la capacidad en el regate de Brasil, es imposible no rendirse al fútbol desequilibrante y vertical de Leo Messi, el astro de la selección con mayor capacidad, tradicionalmente, para la oratoria, para la filigrana verbal: la selección albiceleste, la argentina. Claro que cuando uno lee declaraciones como las del propio Messi en las que manifiesta, sin rubor y con honestidad, que “una vez quise leer un libro y a la mitad no pude más”, establecer paralelismos entre el fútbol y la poesía puede resultar misión imposible. Claro que la diferencia puede estar entre tener detrás a Pep Guardiola – lector consumado – o a Diego Armando Maradona – capaz de afrontar un partido lanzando exabruptos a sus jugadores del tipo: “Vamos a comerle el orto a Alemania, vamos Argentina…”.

Pero centrándonos en el máximo exponente del fútbol poético, la selección de Brasil, que entusiasmaba a ese habilidoso zurdo que era Pasolini, no se me ocurre mejor ejemplo que el que han utilizado como chiste verbal algunos seguidores del mundial. Había que estar atentos por si a lo largo de la transmisión se producía una sucesión fonética que se transformara en poesía escatológica: “del campo sale Kaka por Elano” – lo siento, pido disculpas -. ¿Qué vamos a decir de una selección cuyo máximo exponente futbolístico hace tres décadas era un jugador llamado Sócrates?

La excepción a todo este embrollo entre lenguaje y fútbol en el que nos metió Pasolini – y del cual ya no podrá sacarnos – la protagoniza Uruguay, la única semifinalista latinoamericana, y que tiene como ponema más representativo al delantero Diego Forlán. Como lector aficionado a Gabriel García Márquez, José Saramago y su compatriota Mario Benedetti, no resulta extraño que se llevara el Balón de Oro al Mejor Jugador del Mundial 2010.

En cuanto a la selección española, parece ser que los calificativos se agotan. Comentaristas, analistas, periodistas y demás expertos o no, derrotados por el inefable juego de Xavi, Busquets, Piqué, Ramos y demás, o indefensos ante la escasez de elogios del idioma, buscan maneras de expresar, más prosaicas o poéticas, lo visto y vivido. En cambio, la afición no se complica la vida, y simplemente lo celebra y recurre al tópico, que para estas cosas siempre vale. No tenemos esa flema británica – recuerdo la frase del ex futbolista y ahora comentarista Michael Robinson después de la eliminación inglesa: “Seguimos circulando por la izquierda y nos conduce un italiano” -. Tampoco sacamos el chauvinismo propio de los franceses – igual si tuviéramos un Zidane otro gallo nos cantaría -. No, en España hay un tal Iniesta. Y si es verdad lo que dijo Sartre sobre el fútbol como metáfora de la vida, pues ahí tenemos a ese ponema como ejemplo; parco en palabras, discreto, sin un mal gesto. Nos sobran las palabras, prosaicas o poéticas.

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