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Narcisismo ¿y/o? amor al prójimo
por Juan Carlos Volnovich
La popularidad adquirida por la transitada afirmación atribuida tanto a Frederick Jameson como a Slavok Zizek – “es más fácil pensar en el fin del mundo que pensar en el fin del Capitalismo” – impone reconocer el fuerte impacto de “verdad” que revela y, al mismo tiempo, la intención que oculta.
Sí. Es posible pensar en el fin del Capitalismo. Lo que se hace difícil es imaginar el inicio de un mundo revolucionado, habitado y organizado en base a un sistema diferente al sistema capitalista, sea este socialista o vaya uno a saber cómo se llame.
Hoy en día, a quienes habitamos el campo ampliado de la Salud Mental, se nos augura el reconocimiento de nuestra práctica para enfrentar la “megaepidemia” de depresión que nos espera como consecuencia de la pandemia, de las guerras y, sobre todo, del hambre que nos amenaza por los cuatro costados. Desde los Gobiernos hasta la Organización Mundial de la Salud nos invitan a prepararnos para un futuro dónde grandes sectores de las poblaciones estarán deprimidos (y, por lo tanto, empastillados) y donde otros grandes sectores morirán por inanición.
Esa es la propuesta. Eso es lo pensable. Lo imaginable. Un mundo de deprimidos y de miserables.
Eso es lo pensable. Lo imaginable.
Lo impensable, lo inimaginable es una humanidad que diga basta, que eche a andar, y que su marcha de gigantes no se detenga hasta lograr un mundo mejor al que tenemos [1].
Es mi propósito, aquí, no solo intentar atravesar el algoritmo narcisista del Neoliberalismo que incluye tanto la práctica de la “cancelación” como los valores de la generación Woke [2] sino también, aproximarme a los obstáculos que se oponen a imaginar lo inimaginable; esto es, a integrar una comunidad que desafíe la imposición de un futuro condenado a esperar el fin.
Para iniciar ese camino se impone internarnos en el devenir de una subjetividad adocenada e interrogarnos sobre cómo se gestionó el pasaje de una rebeldía indignada a una subordinación resignada. Desde el psicoanálisis, ya se sabe, la respuesta pasa inevitablemente por dilucidar las relaciones del sujeto con el Poder. Porque desde el nacimiento en adelante, la relación del sujeto con el discurso político transita por las marcas que ha dejado en el inconsciente la relación con el gran “Otro”. La constitución de la subjetividad se erige, así, sobre la herida que dejó abierta el desamparo original del bebé frente a la mamá o a los adultos responsables de la vida o de la muerte. La situación de extrema indefensión social, la experiencia de inermidad por la que transitamos, no hace otra cosa que reabrir la marca que el “Otro” grabó en nosotros y, de esta manera, nos predispone, nuevamente, a quedar subordinados al Poder. Así, en una sociedad como la nuestra – dominada por un proyecto de exterminio, consagrada a inmolarse para glorificar el Capital -, el discurso del “Otro” absoluto se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte y frecuentemente se expresa a través de acciones destructivas hacia los demás y hacia uno mismo. Ese gran “Otro” incorporado en el seno de lo propio explica la destructividad, pero, sobre todo, la auto destructividad que nos habita.
La indefensión original nos predispone a quedar subordinados a un Poder que exige sacrificios: sacrificios humanos. El Poder exige sacrificios, pero, además, busca el consenso. Y, lo logra. No debemos olvidar que el sistema actual de miseria y exclusión de grandes mayorías, la “globalización” que se impuso junto a la desmesurada acumulación del capital, se llevó a cabo con un alto grado de consenso. Triste es reconocerlo, pero, capturados por el discurso del Poder, toda la sociedad colabora para sostenerlo. Más o menos, a regañadientes o complacientes, queriendo o sin querer, todos contribuimos a reforzar la omnipotencia del Poder. Y el Poder se impuso promoviendo la identificación que liga el deseo a las representaciones mortíferas que el mismo Poder ofrece.
Para salir de ese atolladero alguien plantea una fórmula salvadora, alguien sugiere apelar al amor, al amor a Dios [3].
El Papa Francisco propone ampliar a #LoveMeeToo, la consigna #MeeToo. “Acaso ¿no es el amor de Dios el que todo el mundo quiere?” Así es que el Papa Francisco se propone lanzar un movimiento que podría tener su sede en el Vaticano dónde se puede solicitar el ingreso sin costo económico alguno ya que “el amor es un regalo de Dios.” Pero sigue siendo necesario que los seres humanos respondan a Dios, recuerda el Papa.
También Freud apeló al amor. Freud reinventó el amor y ubicó su origen en el primer vínculo con la madre. Pero ocurre que Freud introdujo el narcisismo desde el inicio. Y el narcisismo nació con mala fama.
La inclusión del mito griego de Narciso en el psicoanálisis nació con un peso negativo. Arrastró el sentido de esa condición vanidosa y egoísta que se opone al reconocimiento del otro, del amor al otro. En su primera adopción psicoanalítica circuló como esa conducta por la cual un individuo se mira, se embelesa consigo mismo. Y esto fue así hasta 1914 cuando el narcisismo abandonó su condición de fenómeno privativo de la homosexualidad para inscribirse como parte del desarrollo normal, “acto psíquico”, dice Freud [4], por el cual, ya no el individuo sino el sujeto da a su cuerpo el trato que “debería” darle al cuerpo de un objeto sexual. No obstante, como manifestación de la libido que, en lugar de dirigirse hacia los demás, se vuelca sobre uno mismo, conservó una cierta proximidad con la tendencia al aislamiento individual. Y la persistente vulgarización del concepto ayudó a conservar un sentido opuesto al amor a los demás.
No fue necesario esperar a Heinz Kohut [5] para revolucionar el concepto y reivindicar el status metapsicológico del narcisismo al otorgarle un papel fundamental en la constitución del self. Ya Erich Fromm [6] se había encargado de separar el egoísmo del narcisismo recordando que la admonición bíblica “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, implicaba la unicidad del amor.
A pesar de eso, conservando el sentido crítico y criticado de amor propio que le roba el amor al prójimo, el narcisismo dio un salto del psicoanálisis a la sociología. Con La cultura del narcisismo Cristopher Lasch [7] hizo un aporte significativo a la caracterización de la ideología posmoderna de una época en la que había dado su inicio la ofensiva neoliberal del Capitalismo que llegó triunfante hasta nuestros días. Con La cultura del narcisismo (1979) y La era del vacío (1983), Cristopher Lasch y Gilles Lipovetsky abrieron el camino a una avalancha bibliográfica que no se detuvo en el narcisismo digital [8] y que mantuvo, siempre, la metáfora narcisística como concepto negativo.
Antes decía que Freud reinventó el amor y ubicó su origen en el primer vínculo con la madre. Pero ese amor fue siempre un amor bifronte. Sea porque quedó superpuesto al odio; sea porque esa pulsión sexual emergió montada en la pulsión de conservación; sea porque surgió como dos corrientes – una cariñosa, otra sensual – son dos corrientes que confluyeron desde el inicio, son dos amores que nacieron juntos y que, alguna vez, fueron un solo amor.
Después, claro está, represiones, inhibiciones, obstáculos, el incesto, hicieron lo suyo y a ese único y doble amor le pasó lo que le pasó: la corriente cariñosa y la corriente sensual comenzaron a circular por cauces separados.
Freud reinventó el amor, pero reinventar el amor va mucho más allá. Supone reparar en una fuerza inevitable y transformadora que nos atraviesa y que se parece mucho a eso que algunos llaman el lazo social; sólo que ese lazo es un vínculo que no solo se juega en el reconocimiento del otro, en la “diferencia” como quiere Badiou [9] …sino que se inscribe en una historia social que no es otra que la historia de la lucha de clases.
Reinventar el amor supone rescatarlo de su condición de mercancía que circula en el mercado; mercancía que, en el caso del Papa, tiene dueño: Dios y el Estado Vaticano. Porque cuando en el límite entre la ingenuidad y el cinismo como vocero del Papa, Allouch afirma que el amor de Dios es un amor regalado augura, nada más ni nada menos, la entrada gratis al Vaticano como preámbulo de la entrada al cielo.
El amor es aquello que se opone al odio, sí, pero es, también, aquello que se opone al amor totalitario que el Papa remite a Cristo y que el Sistema refiere al equivalente universal dinero. Ese, el amor a Dios que se nos propone, es un amor cautivo, amor arrodillado que, si acaso, regula las migajas reservadas para el amor profano; ese, el amor a Dios, le sirve de substrato, le es funcional al Capitalismo [10].
Así como dentro de esta lógica todo lazo social queda subordinado, intermediado por el amor a Dios, todo vínculo queda secundarizado, sometido al dinero, ese objeto máximo, ese operador que no designa cualidad humana alguna, sino que entroniza la condición de poseedor y en su abstracción diluye la historia y disuelve las causas que llevaron no solo a que algunos lo posean y otros no, sino a los motivos que confluyeron para instalarlo y garantizar su vigencia como equivalente universal.
Fue con el ingreso a la cultura dónde ese amor freudiano que se gestó en la infancia con la madre, ese amor material y sensible, fue derrotado y solo recuperado, después, para llevarlo a la victoria a través de la gracia divina, despojado de toda materia sensible [11]. Esto es lo que afirma León Rozitchner en Materialismo Ensoñado.
Pero no se trata aquí de apelar a la rebeldía, ni de denunciar el sometimiento que nos propone un poder teológico y estatal que viene de afuera, que oficia de contexto como realidad exterior. El cristianismo triunfó porque logró crear la estructura interior sobre la que se impuso la sociedad de clases. El cristianismo triunfó porque logró instalar en el seno de la subjetividad esa instancia que decide lo que el sujeto experimenta como verdad. El cristianismo triunfó cuando fundó ese espacio íntimo basado en el amor a Dios, sobre el que se construyó el amor al dinero que capturó a su vez, la conciencia teórica del sujeto crítico volviéndolo impotente en su posibilidad de rebelarse y amar. Esto es, volviéndolo impotente en su deseo de transformar el orden del capital y ofreciendo como premio consuelo un racionalismo que solo aspira a reformar la realidad en el plano de lo simbólico.
De modo tal que aquello que comenzó como saber sensible y material del cuerpo en el vínculo con la madre, se degradó a favor de un vínculo espiritual con un poder masculino abstracto que hace caso omiso de la materia sensible y se realiza cuando logra imponer la Ley del Valor sobre los Cuerpos. Esto es lo que sintetiza magistralmente Enrique Carpintero cuando introduce el concepto de corposubjetividad [12].
“Amaos, amémonos unos a otros” [13]. Sí. Pero amémonos unos a otros “porque el amor es de Dios”, dice el Papa. De modo tal, que ese amor al otro solo se legitima cuando se consuma y se consume en la trascendencia divina.
Amémonos unos a otros para contribuir al amor supremo y para olvidar que ese amor circula en un mundo cuya estructura está regida por la propiedad privada y el dinero.
La hipótesis fuerte que introduce León Rozitchner es que la tecnología cristiana, organizadora de la mente y del alma humana, antecede a la tecnología capitalista de los medios de producción; la antecede y la anticipa. Hubiera sido imposible la implantación de la producción económica capitalista si antes la tecnología cristiana no hubiera preparado el sustrato subjetivo. Y, tal vez, no sería arriesgar demasiado afirmar aquí que, no haber tenido en cuenta la subjetividad sobre la que el Capitalismo se asentó, ha sido el motivo por el que fracasaron los intentos de construir un sistema socialista.
¿Y la madre?
Lo oculto en la triangularidad cristiana (el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo), es justamente eso a donde Freud fue a buscar el origen del amor: el vínculo materno-filial. Freud lo halló en esas primeras experiencias cuerpo a cuerpo, en esa concordancia de afectos, sabores, olores, recorridos y contacto entre superficies, cavidades húmedas del cuerpo erógeno, sensaciones ritmadas y conglomeradas por la melodía sonora de la voz materna. Relación materno-filial que, pienso, no como vínculo simbiótico sino como reconocimiento mutuo entre dos sujetos [14].
La mujer madre fue reemplazada por esa ficción insustancial, asexuada, abstracta. De modo tal que el Espíritu Santo vino a ocupar el lugar de la materialidad sensible de la madre; la cualidad femenina del triángulo fue sencillamente abolida.
¡Materialidad del amor freudiano que desaparece en el mito cristiano!
En el Edipo freudiano el padre aparece imponiéndose a partir de la amenaza de castración, pero el infans, en su asimetría de poder, lo enfrenta imaginariamente. Antes de someterse, desafía la amenaza de castración. En cambio, en la triangularidad cristiana no hay enfrentamiento. La amenaza de castración en el Edipo freudiano se efectivizó en la triangularidad cristiana como castración consumada. Ya no hay más una ley exterior a la cual se pueda desafiar y enfrentar, ahora todo se reduce al sometimiento, todo se reduce a renunciar a cualquier enfrentamiento individual y colectivo a un orden opresor, por amor a Dios.
De modo tal que Cristo se mete en el cuerpo mismo de la propia vida pulsional y subjetiva e impone el sacrificio obediente de nuestro cuerpo a un sistema que le promete la gracia divina, la vida eterna del espíritu, el reino de los cielos. Tal vez el concepto lacaniano de castración, de sujeto barrado, de operación trascendente para la estructuración del psiquismo y de la inclusión social, devenga, así, en pura descripción antes que en explicación y caracterice muy bien no sólo su eficacia simbólica sino, también, su eficacia en la permanencia del sometimiento a un orden injusto y desigual. Con razón Lila Feldman se pregunta “¿Por qué seguimos repitiendo el término “castración”, enmascarando la verdad de su palabra, como si utilizarla casi como un eufemismo para designar otras cosas, la tornara menos violenta?” [15]
No obstante, esa experiencia maternal arcaica nunca desaparece del todo y, a veces, se hace presente atravesando los obstáculos que la explotación capitalista y el dominio patriarcal le imponen, esa experiencia maternal reaparece como pensamiento crítico, como pulsión transformadora que se niega a ser cómplice “de una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta.” [16]
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Notas
[1] Castro, Fidel, “II Declaración de La Habana”, 4 de febrero 1962. Guevara, Ernesto, “Discurso ante las Naciones Unidas”, 11 de diciembre 1964.
[2] Haidt, Jonathan; Lukianoff, Greg, La transformación de la mente moderna. Como las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso (The Codelling of the American Mind), Deusto, 2020.
[3] El viernes 3 de diciembre del año pasado leí en Oedipe.org. Le Portail de la Psychanalyse Francophone. Laurent Le Vaguerese la carta donde Jean Allouch comparte la iniciativa del Papa.
[4] Freud, S. (1914), “Introducción al Narcisismo”.
[5] Kohut, Heinz, Revista de Psicoanálisis, APA. 26 (2), 1969, pp. 371-401.
[6] Fromm, Erich, El Arte de Amar, Paidós, 1959.
[7] Lasch, Christopher, La cultura del narcisismo, Andrés Bello, Chile, 1979.
[8] Lenz Dunker, Christian Ingo, Narcisismo Digital e seus Algoritmos en Jesús Sabariego, Augusto Jobim do Amaral, Eduardo Baldissera Carvalho Salles (coord) Algoritarismos, 2020, pp. 128-140.
[9] Badiou, Alain; Truong, Nicolás, Elogio del amor.
[10] Rozitchner, León, La Cosa y la Cruz. Cristianismo y Capitalismo (en Torno a las Confesiones de San Agustin), Losada, 1997.
[11] Rozitchner, León, Materialismo Ensoñado, Tinta Limón, 2011.
[12] Carpintero, Enrique, “Poder y Subjetividad: las formas actuales de control” Revista Topía, Nº 75, Noviembre 2015.
[13] Nuevo Testamento. 1 Juan (4:7)
[14] Benjamin, Jessica, Beyond Doer and Done to: Recognition Theory, Intersubjectivity and the Third.
[15] Feldman, Lila. Cicalese, Mercedes, “De-castración”, Blogs, 14/VI/2022.
[16] Freud, S. (1927), “El Porvenir de una Ilusión”.
{ Topía }
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