En una lógica mimética


| “Red Wings”/Sara Qualey |

Libertad: Fácil de nombrar y difícil de vivir

A todas horas aparece la libertad en boca de políticos, periodistas y demás personal que nos machaca a diario desde todos los altavoces habidos y por haber. También desde lo alternativo, desde lo antisistema se reclama el concepto como cuestión central. Todo se hace o se dice en nombre de la libertad, de su libertad. De la que significa elegir, tener opciones, hacer uso de eso que llaman libre albedrío. Eso es lo que nos hacen creer, lo que han conseguido que creamos, sin más. Sin cuestionar si eso es posible o no. Sin darnos cuenta de que eso carga todo lo que sucede sobre nuestros hombros, como si viviéramos en pequeños compartimentos estancos y nuestras vidas fueran una obra exclusiva de nuestras decisiones.

La libertad que defienden se asocia a un objeto deseable útil a la sociedad: libertad de consumir, de poseer, de disponer de bienes materiales, libertad de conformarse al modelo de consumidor ensalzado por los sistemas publicitarios y promocionales; libertad de comprar una conducta, valores o un modo de presentarse al otro, y así se nos propone: ya listo para usar, por la ideología dominante y transmitida por lo que se ha dejado de llamar propaganda para convertirse en publicidad. La libertad se reduce entonces, a la posibilidad de inscribirse en una lógica mimética, de participar en la carrera en la que todo el mundo aspira a ascender a los niveles superiores de la escala social que propone el mundo mercantil.

Querer la libertad que ofrece este sistema induce a inscribirse en el movimiento gregario y supone no tener que obligarse a reflexionar, analizar, comprender, pensar; es decir, ahorrarse todo esfuerzo crítico propio, pues basta con obedecer.

Y así andamos, incapaces de darnos cuenta de que no tenemos ningún control sobre nuestras vidas a pesar de creer que elegimos, sin comprender que andamos atrapados en una corriente que no nos lleva a ninguna parte, que no somos más que hojas secas arrastradas por la corriente. Una corriente cada vez más intensa porque nosotros mismos la alimentamos con nuestro quehacer diario. Cada acción que realizamos lleva consigo de manera inexorable una huella ecológica, social, política… que va allanando más y más el camino para que esa corriente pase con más fuerza y, al mismo tiempo, sea más fácil para los que vienen detrás transitar por ese camino tantas veces pisado. Igual de fácil que nos resulta a nosotros gracias a los que nos precedieron. En otras palabras, cada vez necesitamos menos esfuerzo para vivir conforme a la norma imperante y al modelo actual. No necesitamos apenas movilizar recursos cognitivos, basta con dejar hacer y, sobre todo, dejarnos hacer. En realidad estos recursos los utilizamos en su inmensa mayoría para producir y consumir mercancías superfluas en trabajos inútiles, cuya única finalidad es mantener la corriente en marcha mientras seguimos atrapados en ella; completando un círculo vicioso que jamás permitirá satisfacer las necesidades reales de los seres humanos puesto que la insatisfacción permanente es imprescindible en esta cadena de despropósitos en que hemos convertido nuestras vidas.

Pero más allá de todo esto hay infinitud de conceptos, situaciones, prácticas asociadas a ese concepto llamado libertad. Libertad también es pensar por uno mismo, inventar, amar sin reservas, establecer planos de igualdad, coherencia y muchísimas otras cosas que exigen un esfuerzo y una constancia muy difíciles de sostener en un mundo en que todo se ha concebido para mantener muy limitado el espíritu crítico y la acción sincera. Es en este segundo plano, el de la acción sincera, donde la lucha se hace necesariamente personal e intransferible, donde no sirve más conciencia que la propia y donde está la verdadera batalla. Sin una victoria en este plano, cualquier cambio, cualquier revolución se antoja imposible. Pero todos los significados que queramos atribuirle a la libertad se dan siempre en un contexto, en un marco totalmente ajeno a nosotros, en el que no hemos participado de su creación de ninguna manera porque hemos perdido la capacidad de imaginar, la facultad de soñar se nos ha extirpado a fuerza de ir reduciendo el marco dentro del cual somos capaces de pensar. El esquema mental del capitalismo se ha impuesto y queda lejos cualquier concepción de sociedad que no se base en la propiedad, en el salario, en la obtención de algún tipo de beneficio. Sin embargo, justo ese es el camino que nos está conduciendo al desastre a nivel planetario. Nuestras habilidades creativas fuera de los márgenes están atrofiadas, han sido inutilizadas. Por tanto, no podemos más que elegir el sentido en que vamos a seguir reproduciendo los viejos esquemas. Puede que con nuevas formas pero, desde luego, con los mismos fondos de siempre. Hemos perdido la capacidad de crear imposibles, de crear lo utópico. No estoy seguro de cómo ni cuándo pero el oportunismo y el cinismo se han impuesto como rasgos definitorios del sujeto actual. Son valores en alza en una sociedad de consumidores exacerbados. El cinismo es imprescindible para sobrellevar la perpetua insatisfacción de este tipo de vida en la que es imposible alcanzar la plena satisfacción de unas necesidades (cada vez, más y mayores) que constantemente se van alejando de nosotros mismos. Una vida con una precariedad emocional derivada de esta insaciabilidad y de lo volubles que resultan los deseos de cada cual ante la avalancha de imaginería que se nos viene encima a diario. Desde los medios de comunicación pasando por la ciudad escaparate y por cualquier otro canal presente en nuestras vidas. El oportunismo es la cualidad básica que se esconde detrás de todos esos mantras actuales tales como el emprendimiento, la resiliencia y demás artefactos creados para que soportes de manera efectiva los embates que te va dando la vida mientras esperas tu momento, la oportunidad para pasar por encima de todos sin mirar atrás, para encaramarte en esa escalera social por la que anhelas ascender aunque para ti, como para la mayoría, sus escalones son infranqueables y fabricados de un material altamente escurridizo.

Hay que recuperar la utopía como fuerza que guía nuestro imaginario. Debemos hacer frente a esa enfermedad llamada pragmatismo que tanto daño hace a cualquier intento de transformación, que inevitablemente conduce a la filosofía del mal menor y al apuntalamiento de aquello que queremos transformar.

Es necesario leer, escribir, hablar, recuperar las palabras que representan los conceptos que nos mueven. Si no usamos las palabras, dejaremos pensarlas y si eso sucede ya no las podremos sentir. Y eso es el final, porque si algo no nos conmueve, no nos interpela; simplemente desaparece de nuestra vida. Pero al mismo tiempo hay que construir en la vida diaria, sin descanso. Cada vez es más urgente. La emergencia aumenta por momentos, la situación requiere recuperar la utopía frente al desastre que vivimos y frente al que nos está esperando a la vuelta de la esquina.

{ Quebrantando el Silencio }

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