Que no deja nada indemne


| Reprodução/www |

Signos de identidad. Tatuajes, piercings y otras marcas corporales

por David Le Breton

.

David Le Breton explora en este nuevo libro publicado por Editorial Topía la importancia y significado de los tatuajes, piercings y otras marcas corporales en la construcción de la identidad personal y social. A través de un análisis sociológico y antropológico, revela cómo estas formas de modificación corporal han sido históricamente estigmatizadas y cómo su percepción ha cambiado en la sociedad contemporánea. Nos invita a reflexionar sobre la relación entre el cuerpo, la identidad y los procesos de transformación personal en un mundo cada vez más individualista. En ese camino publicamos un fragmento de la introducción.

.

En nuestras sociedades, el cuerpo tiende a convertirse en una materia prima para modelar según el estado de ánimo del momento. Para muchos de nuestros contemporáneos, se ha convertido en un accesorio de la presencia, un lugar donde nos ponemos en escena. El deseo de transformar el propio cuerpo se ha vuelto un lugar común. La versión moderna del dualismo difundida en la vida cotidiana enfrenta al hombre contra su propio cuerpo, y ya no, como en el pasado, al alma o el espíritu con el cuerpo (Le Breton, 2021). El cuerpo ya no es la encarnación irreductible del yo, sino una construcción personal, un objeto transitorio y manipulable capaz de múltiples metamorfosis según los deseos del individuo. Si antes encarnaba el destino de la persona, hoy es una propuesta en continuo afinamiento y reelaboración. Entre el hombre y su cuerpo hay un juego, en los dos sentidos de la palabra. Millones de personas son inventivas e incansables artesanas de su propio cuerpo. La apariencia alimenta hoy una industria sin fin.

El cuerpo se somete a un diseño, a veces radical, que no deja nada indemne (musculación, dietas, cosméticos, otros productos, gimnasias de todo tipo, marcas corporales, cirugía estética, posibilidad de cambiar de sexo o de jugar con los signos del sexo y del género, body art, etc.). Planteado como representante del yo, se convierte en una afirmación personal, que pone de relieve una estética y una moral de la presencia. Ya no se trata de contentarse con el cuerpo que se tiene, sino de modificar sus fundamentos para completarlo o para adecuarlo a la idea que se tiene de él. Sin los elementos adicionales introducidos por el individuo a través de su estilo de vida o de metamorfosis físicas deliberadas, el cuerpo sería una forma decepcionante, insuficiente para dar cabida a sus aspiraciones. Para apropiarse de él, hay que añadirle su propia marca.

La piel es una superficie de inscripción del significado y el vínculo, una pantalla en la que proyectamos una identidad soñada, utilizando las innumerables formas con que se escenifica la apariencia en nuestras sociedades, arraiga el sentido del yo en una carne que individualiza. Como instancia de frontera que protege contra las agresiones externas o las tensiones íntimas, da a los individuos un sentido de los límites del significado que les permite sentirse sostenidos por su existencia y no víctimas del caos o la vulnerabilidad. La relación con el mundo para cualquier persona es una cuestión de piel y de solidez de la función de contención. Las marcas corporales son marcadores de identidad, formas de inscribir los límites del sentido directamente sobre la piel. Probablemente son tan antiguas como la propia humanidad, sobre todo en su forma temporal, que consiste en peinar el cabello o decorar la piel con pigmentos naturales, y desempeñan un papel en la apropiación simbólica del yo y del mundo que nos rodea.

Perpetuas, como los tatuajes y las escarificaciones, han sido durante mucho tiempo un rasgo característico de las sociedades tradicionales, antes de extenderse gradualmente a la nuestra, con significados muy diferentes. Paradójicamente, combatidos durante mucho tiempo en otros lugares en nombre de la higiene, del Progreso o de Dios, los tatuajes y los piercings triunfan ahora en nuestras ciudades, donde forman parte de la cultura básica de las jóvenes generaciones. Las escarificaciones, las quemaduras y los implantes subcutáneos se están extendiendo lentamente. ¿Cómo se ha producido esta transición, impensable hace sólo unas décadas? ¿Qué significan estas marcas en otras sociedades y qué significan para jóvenes de las ciudades que salen de una tienda con un tatuaje o un piercing?

Ahora es común el uso de tatuajes (marca visible inscrita directamente en la piel mediante la inyección de una sustancia coloreada en la dermis) y de piercings (perforación de la piel para insertar una joya, un anillo, una pequeña barra, etc.), son una forma significativa de esta relación cambiante con el cuerpo. También hay otras modificaciones corporales: el stretching (ampliación del piercing para introducir una pieza más grande), la escarificación (cicatrices trabajadas para dibujar un signo en relieve o en bajorrelieve sobre la piel con la posible adición de tinta), el cutting (inscripción de figuras geométricas o dibujos en tinta sobre la piel en forma de cicatrices trabajadas con un bisturí u otros instrumentos afilados), el branding (cicatriz en relieve de una marca dibujada en la piel mediante la aplicación de un hierro al rojo o láser), el burning (impresión en la piel de una quemadura deliberada, realzada con tinta o pigmento) o implantes subcutáneos (incrustación de formas en relieve bajo la piel).

En algunos años, estas nuevas costumbres han revertido los antiguos valores negativos que estaban asociados con estas prácticas. A partir de ahora, gran parte del entusiasmo de las nuevas generaciones se centrará en las iniciativas sobre uno mismo. El cuerpo está investido como lugar de placer, y necesitamos afirmar que nos pertenece sobre-significándolo, firmándolo, tomándolo en nuestras manos. Al mismo tiempo, la marca corporal es una forma de dejar una huella en un mundo que está en gran medida fuera de nuestro alcance. Se trata de sustituir los límites del sentido que se nos escapa por un límite sobre uno mismo, un tope de identidad que nos permita reconocernos y reivindicarnos como nosotros mismos. La finalidad es re-marcarse, literal y figuradamente, superarse a sí mismo, exhibir el signo de nuestra diferencia. Hoy, por ejemplo, el 20% de los franceses tienen tatuajes, el 46% de los estadounidenses, el 48% de los italianos y el 43% de los argentinos. Hay más mujeres que hombres tatuados. Las modificaciones corporales son una matriz esencial para las pequeñas historias sobre nosotros mismos, que reemplazan a las antiguas historias compartidas colectivamente. Ahora somos lo que decimos que somos, y uno de los acontecimientos susceptibles de cobrar sentido es precisamente esta transformación radical de la piel, que la instaura como un signo de autoafirmación.

En Adiós al cuerpo (2007) y más recientemente en Antropología del cuerpo y modernidad (2021), he analizado extensivamente estos trabajos de automodificación en el contexto de una despedida simbólica de un cuerpo percibido como un borrador, una reliquia, un material inacabado que debe completarse con el trabajo sobre uno mismo. Este sentimiento de la insuficiencia del cuerpo culminó en un deseo de liberarse de sus limitaciones, o incluso de deshacerse de él. Aún a partir de prácticas cotidianas, nuestros puntos de anclaje esenciales están constituidos por la tecnociencia y la cibercultura. En esta obra, voy a examinar con mayor atención y sensibilidad los significados y valores que revisten estas marcas corporales. Ya no son, como antaño los tatuajes, una forma popular de afirmar una singularidad radical; afectan profundamente al conjunto de las jóvenes generaciones, que las adoptan con pasión, sea cual sea su origen social; atrayendo por igual a hombres y mujeres, y hoy conciernen a todas las edades. Lejos de ser una moda, están cambiando la atmósfera social, encarnan nuevas formas de seducción y se están convirtiendo en un fenómeno cultural a escala planetaria. Si hasta los años setenta u ochenta los tatuajes y los piercings podían asociarse a la disidencia social, en la actualidad ya no es así, pues forman parte de una nueva cultura mainstream en el contexto de la hiper individualización del lazo social.

El estereotipo del hombre tatuado como hombre joven, fuerte, de origen popular (obrero, marinero, camionero, soldado, truhán, etc.), que hace gala de una virilidad agresiva, se fue difuminando poco a poco a partir de los años ochenta antes de desaparecer. En un espacio de tiempo igualmente breve, los piercings también se han convertido en un accesorio estético tanto para hombres como para mujeres. Aparecen otras formas de modificación corporal, como quemar, escarificar y cortar la piel para inscribir allí figuras insólitas. Además, la colocación de implantes en la carne para alterar su aspecto. Estas últimas prácticas contribuyen a renovar la forma de adornar el cuerpo y atraen cada vez a más gente. Sin duda surgirán otras en los próximos años.

En el segundo capítulo me ha parecido necesario repasar brevemente la historia occidental del tatuaje, al menos desde su redescubrimiento por la expedición de Cook a los Mares del Sur, esencialmente para explicar los prejuicios que durante mucho tiempo han prevalecido sobre él. Durante más de un siglo, el tatuaje fue sinónimo de marginalidad, disidencia y delincuencia, y su historia estuvo estrechamente ligada a los intersticios de la sociedad civil. Durante mucho tiempo, esta reputación sulfurosa alimentó la frecuente oposición de los padres al deseo de sus hijos de tatuarse o hacerse piercings. Esta brecha generacional mostraba hasta qué punto los mayores seguían influidos por las viejas imágenes negativas de las modificaciones corporales, mientras que para los jóvenes se convertía cada vez más en una forma de integrarse con los de su edad, de embellecer su cuerpo en lugar de estigmatizarlo. Desde la década de 2000, la hostilidad de los padres ha tendido a desaparecer en vista de la valorización social del tatuaje.

El signo tegumentario ahora es una forma de inscribir en la carne los momentos claves de la vida. El cuerpo se vuelve simultáneamente una decoración y un archivo de uno mismo. La superficie cutánea alberga los trazos de una relación amorosa, de un aniversario (los veinte años, los veinticinco años, los treinta años, etc.), el nacimiento de un hijo, el logro de un proyecto, un viaje, la pérdida de un familiar, el símbolo de la pasión por un deporte o por un jugador o una star, etc. La marca es la memoria de un acontecimiento, la superación personal de un momento de la vida del que el individuo no quiere perder el recuerdo. De una forma ostentosa o discreta, forma parte de una estética de la vida cotidiana, implica un juego con el secreto según su ubicación y el grado de familiaridad con el otro. En efecto, muchas veces su significado se mantiene como un enigma para los demás, y en la vida cotidiana el lugar está más o menos accesible a la vista. A veces prótesis de la identidad, superficie protectora contra la incertidumbre del mundo, es también el entrecruzamiento entre la alegría de vivir y la demostración de un estilo de presencia. La marca tegumentaria o la bisutería del piercing son un modo difuso de afiliación a una comunidad fluctuante que alimenta una relativa complicidad con quienes también los llevan. Pero, como veremos, la “tribu” es en gran medida un mito, una referencia a la que incluso muchos se oponen. La manipulación de los signos de identidad lleva a algunas personas a vivir una experiencia calificada como “espiritual”, desvinculada de cualquier referencia religiosa, pero poderosa en sus consecuencias personales. Se sienten metamorfoseados al salir de la boutique o después de haber inscrito ellos mismos los signos en su cuerpo. A su manera, viven un rito de iniciación personal.

Al cambiar la forma de su cuerpo, intentan cambiar su vida. Y a veces lo consiguen, porque la forma de verse a sí mismos se ha modificado radicalmente. De modo que la marca corporal es por lo general asumir la autonomía, una manera simbólica de tomar posesión de uno mismo. El cuerpo legado por los padres necesita ser modificado, en un intento de afirmar su diferencia y obtener reconocimiento a pesar de todo. Quieren una nueva imagen. Algunos temen la reacción de sus padres. A veces esperan con ansiedad un juicio sobre ellos que ya saben será negativo. Las marcas corporales también implican un deseo de llamar la atención, aunque el juego sigue siendo posible según el lugar de la inscripción, ya sea que esté permanentemente bajo la mirada de los demás o sólo de aquellos cuya complicidad se busca. Permanecen bajo la iniciativa del individuo y encarnan entonces un espacio de sacralidad en la representación del yo. A falta de un control sobre su vida, el cuerpo es un objeto al alcance de la mano sobre el que la voluntad personal casi no tiene obstáculos. La profundidad de la piel es un lugar hospitalario para todo tipo de significados. La marca en la piel expresa la necesidad de complementar un cuerpo que se percibe en sí mismo insuficiente para encarnar el sentido de una existencia propicia.

Mientras que en las sociedades tradicionales el tatuaje repite formas ancestrales que forman parte de un linaje, las marcas contemporáneas, en cambio, tienen como objetivo principal la individualización y la estetización, y a veces son formas simbólicas de reinserción en el mundo, pero de forma estrictamente personal, utilizando incluso motivos que sólo pertenecen a uno mismo. La marca en la piel es una forma de calmar las turbulencias del paso de un estatus a otro, de dar un asidero simbólico al acontecimiento y, por lo tanto, de ritualizar el cambio. La marca tradicional expresa el deseo de disolver las diferencias personales. En nuestras sociedades contemporáneas, por el contrario, sostiene la individualidad, es decir, la diferencia del propio cuerpo, aislado de los demás y del mundo, pero como un lugar de libertad dentro de una sociedad a la que sólo está adscripto formalmente. Es este desarrollo sin precedentes de las marcas corporales en nuestras sociedades occidentales lo que me interesa en este libro.

La antropología cultural de las marcas corporales es rica (Falgayrettes-Leveau, 2004; DeMello, 2000; Maertens, 1987; Rubin, 1988; Brain, 1979; Ebin, 1979). En una línea similar, otros trabajos han ofrecido un amplio panorama de los usos sociales de la decoración ritual y/o estética del cuerpo humano (Thévoz, 1984). No he querido detenerme más en ellos, aunque pueda, aquí y allá, evocarlos por analogía, señalando al mismo tiempo las diferencias. El ángulo de enfoque de este libro es la fascinación actual de nuestras sociedades por estas marcas corporales. En estas páginas se conjugan la antropología de los mundos contemporáneos y la antropología de la juventud, con el objetivo de comprender lo mejor posible el significado de estos planteamientos de modificaciones corporales a los que se entrega con tanta pasión una parte cada vez mayor de las generaciones más jóvenes.

{ Topía }

░░░░░░░░░░░░

Deixe uma resposta

O seu endereço de email não será publicado. Campos obrigatórios são marcados com *

Esse site utiliza o Akismet para reduzir spam. Aprenda como seus dados de comentários são processados.