Lo bello siempre en peligro de extinción

Reprodução/www

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La fachada del ecologismo

por Alberto Pineda Saldaña

I. La extinción y lo improbable

¿Por qué todo lo bello y grande está en extinción? Osos, lobos, rinocerontes, aves exóticas, ballenas. Parece que todo lo imponente y extraordinario amenaza con sucumbir. ¿Por qué es así? ¿Por qué no están en extinción las ratas, cucarachas y mosquitos?

Ya lo sabemos: nuestro concepto de belleza ha sido siempre unilateral, arbitrario, según lo que nos conviene. Si el mundo estuviera plagado de osos, y en el apartado rincón de una alcantarilla en la ciudad de México se encontrara la última familia de ratas, si fueran endémicas de nuestro país, con cuánto afán las defenderíamos; o si tan sólo no interfirieran con nuestras actividades, estaríamos dispuestos a dejarlas vivir. Más aún, si no fueran nuestra competencia.

Si los leones, los lobos y los rinocerontes existieran en grandes masas por todo el orbe rivalizando directamente con nosotros por la comida, nos parecerían realmente aborrecibles, y cuán delicada luciría una mosca. Pero ya lo sabían Hobbes y Nietzsche: en el comienzo, nuestros enemigos son nuestros más semejantes. Hoy nuestros enemigos son las cucarachas, los mosquitos, la maleza; como ellos, somos insistentes, rastreros, imparables y masivos. Qué horrible debió lucir el lobo en el alba de la humanidad – las reminiscencias de aquel imaginario aún resuenan en las leyendas de hombres lobo -.

Las culturas antiguas, recuerda Nietzsche, las de talante aristócrata y guerrero, buscaban enemigos de igual altura; el rival no se repudiaba ni despreciaba, era digno y se le honraba. Evolutivamente nuestros primeros enemigos debieron ser los mamíferos poderosos: leones, osos, toros. A todos ellos se rinde culto en las antiguas civilizaciones: dioses con cabeza de toro, de león; era una manera de honrarlos, de reconocer su poderío. Lo divino siempre ha sido lo que escapa al dominio del hombre. Hoy nuestro dios es un bebé.

Esos poderosos mamíferos ya no son competencia, hoy se extinguen y podemos, con indulgencia, tenderles la mano para rescatarlos. Hoy rivalizamos con las ratas. Y conforme aquéllos perecen y la cuenta de sus ejemplares disminuye, en esa medida serán más estimados, más bellos aun.

¿Por qué la belleza está en lo poco común, en lo improbable? Porque la vida misma es lo improbable en extremo. El arte y lo bello son lo difícil de alcanzar. Lo bello estará siempre, inexorablemente, en peligro de extinción.

II. El veganismo contra un pacto evolutivo

Imaginemos que por un momento se cumple el sueño vegetariano: la humanidad entera por fin comprende su noble mensaje y en todo el globo los seres humanos dejan de comer carne. ¡No más sufrimiento para los animales! ¡Que vuelvan a su mundo natural libre de la intervención humana! ¡Todos de regreso al hábitat natural! Pero entonces nos encontramos con un pequeño detalle: esos animales de los cuales nos alimentamos normalmente (cerdos, reses, pollos) no tienen un hábitat natural al cual volver. ¿A dónde deberían regresar todas nuestras gallinas de producción? ¿Al bosque, a la pradera o a la selva? Serían presa fácil y terminarían por desaparecer al poco tiempo.

Lo curioso es que, evolutivamente, pareciera que todas estas especies animales destinadas a la producción hubieran entrado en una relación de simbiosis con el hombre, un pacto evolutivo: a cambio de nutrirse de su carne, el hombre criaría y preservaría su especie, él protegería a los corderos de los lobos, les daría terreno para pastar, promovería su reproducción – y hasta su clonación -. Irónicamente, en algún momento de la historia natural, el hábitat natural de muchas de estas especies terminó siendo a lado del hombre, al grado de que en otro lugar seguramente morirían. Esto es lo que se podría denominar la estrategia del cordero: “que alguien más me cuide para no tener que lidiar con el lobo”.

En veterinaria y zootecnia se sabe que el mejor indicador para saber si un animal está adaptado a su entorno, es la reproducción; un animal estresado, amenazado o en peligro tendrá problemas para aparearse y engendrar crías. Por eso los animales, esos sí salvajes, en situación de cautiverio como los zoológicos, tienen algunos problemas de reproducción, porque definitivamente no están en su medio habitual. Pero los pollos, los cerdos y las reses siguen dando crías, y muy prolíficamente.

Si el hombre dejara de procurar a estas especies, se extinguirían al poco tiempo.

III. El orden natural

Una enseñanza de Spinoza: el orden natural, con todas sus leyes, es uno solo y continuo, sin rupturas sobrenaturales (magia, milagros); cualquier pretensión de suspender este orden es mera superstición – y la superstición es uno de los mejores instrumentos para la tiranía -. En la naturaleza, afirma el pensador luso-hispano-judío-neerlandés, no hay ningún imperio dentro del imperio: esto implica, entre otras cosas, que el hombre no está en ningún orden ajeno a las leyes naturales; su mente, su espiritualidad y su cultura no son de ninguna otra naturaleza, obedecen a las mismas leyes que una roca cayendo de un risco.

Si el hombre, producto de la naturaleza, contamina el entorno y termina por aniquilarse a sí mismo, habrá sido con las capacidades que le otorgó la deriva evolutiva, obedeciendo las mismas leyes de la naturaleza – y gracias, sobre todo a que las conoció y aprendió, supuestamente, a dominarlas -. Y si encuentra la manera de revertir el cambio climático, será también en el mismo orden natural, de donde no puede salir.

“Save the planet”, dice la moral verde. Cuánta pretensión hay en este mandato; obedece al mismo paradigma antropocéntrico que ha regido la modernidad occidental – que llega ya, muy dentro de Oriente -. El hombre, amo y señor del planeta, sólo él, que se encuentra fuera de las leyes naturales, puede salvar el mundo. Para esta mirada lo que pueda hacer el hombre, a favor o en contra de la naturaleza, sigue siendo lo definitivo. Pero el hacer del hombre, acciones y maquinaciones – Machenschaft, habría dicho Heidegger – son precisamente lo que nos llevó a donde estamos.

El cambio climático no se resolverá bajo el paradigma dominante del hacer del hombre, lo que podamos hacer, nuestras acciones y emprendimientos. Es más, dicho problema no se resolverá si seguimos entendiendo el resolver como una cuestión de cálculo, previsión, dominio de las circunstancias.

IV. Sospechar de la moral verde

Nietzsche no se cansó de recordarlo: la moral es un efecto secundario, algo derivado, un síntoma – esta lectura sintomática es la que, ya se sabe, compartió con Marx y Freud -; es un parapeto, una fachada. La moral clásica del no egoísmo es en realidad efecto de los más profundos sentimientos de resentimiento, odio e impotencia – véase ‘La genealogía de la moral’ -, de modo que es siempre una hipocresía. Por método, habría que sospechar al menos de la moral. ¿Qué se oculta detrás de la actual moral verde? Aún es pronto para saberlo, este tipo de moral es muy reciente, sólo podemos sospechar algunas cosas. Por cierto, ésta viene acompañada de toda una nueva serie de preceptos, en lo que podríamos llamar nü-moral: moral del sujeto (“así soy yo, te guste o no”), del despilfarro y las vivencias (“no hay que contenerse, la vida se vive una sola vez”).

¿Qué dice la moral verde? “Deja de usar tu auto, agarra una bici”, “cambia a combustibles renovables”, “consume productos orgánicos”. Pero no todos viven cerca de sus trabajos, sobre todo los menos favorecidos, que viven más allá de los suburbios, en la orilla de lo que se llama ciudad; no todos viven en lugares donde hay ciclopistas y lugares especiales para las bicicletas; algunos apenas alcanzaron a comprar un coche viejo, que contamina más, desde luego, y no les alcanza para más, mucho menos para un auto híbrido o eléctrico.

Como sea, cuando el juicio final venga y se cuestione quiénes dañaron más a la madre naturaleza, se podrá responder: esos pobres diablos que no compraron productos ecológicos. Porque éste es, tal vez, el principal mandato de la moral verde: “consume responsablemente”, productos sustentables, biodegradables, reciclados, buena onda – pero, por amor de Dios, ¡no dejes de consumir! – Todo con tal de que no cambies radicalmente tu modo de vida.

{ El Fanzine }

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