Igual que en los mejores tiempos del Absolutismo

27-02-2016b

Reprodução/Pablo Picasso

El Narcisismo de la Cultura

por César Berbesí

Con la mención de “cultura” se espera que la comprensión del observador se centre en el “proceso que nos hace hombres” y en la impronta humana estampada en el ambiente que le es consustancial, siguiendo así, de cerca, una definición de Max Scheler. El narcisismo aquí considerado tiene que ver – aparte de la parcialidad a ultranza hacia los patrones culturales propios sobre los de cualquiera otra civilización, que es como primero puede entenderse – con rangos diferenciales en la calificación de segmentos simultáneos de sentir, pensar, y de la producción del colectivo. Valga traer a referencia aquí los valores de lo englobado en los géneros “popular” o “aborigen”. Pero, principalmente, prestamos atención a un ejercicio incontenible por el cual la Intelligentsia, la seudo sensibilidad y la institucionalidad, en la Revolución Post Industrial, autogeneran la producción cultural en orientaciones contrarias a la naturaleza objetiva de la sociedad que las soporta, y lo hacen valiéndose de procesos de reiteración ideológica explicitada, o acentuadamente subliminal, con la adopción de privilegios culturales que pudieran etiquetarse muy apropiadamente como narcisistas.

Nuestro procedimiento sigue una referencia permanente a la totalidad social, trascendiendo casi siempre los recortes condicionados de alcance o encuadre. En este caso, por supuesto, una delimitación tan amplia podrá irritar la sensibilidad cientificista apegada a acotaciones más estrictas. Debemos reconocer que no intentamos hacer ciencia académica convencional. Por decir, estimamos que el alcance del problema aquí rebaza sobradamente los temas habituales de la antropología en estas cuestiones, valga mencionar, a vía de ejemplos, las caracterizaciones definidas como etnocentrismo y eurocentrismo; que encuadran bien, para nosotros, en la condición de comportamientos narcisistas de la cultura dominante. Son muy recientes y han arrojado algunas recomendaciones epistemológicas para eludir en parte el sesgo valorativo típico de las ciencias occidentales a la hora de adelantar apreciaciones sobre otras culturas.

La idolatría desmesurada por la cultura propia fácilmente se aprecia desde el más lejano pasado, constituyéndose en un patrón adoptado como axiomático y necesariamente natural. Donde quiera que haya surgido un foco cultural de alguna jerarquía, en su interioridad se ha procedido a dibujar un mapamundi con una civilización reluciente dentro de sus fronteras y una difusa periferia muy asociada a la rusticidad y a la ignorancia.

Podría adoptarse como una aproximación, que el sentido yoista freudiano, y el “ello” grotesco, brutal y ofensivo en su rededor se hayan extendido acérrimamente a todo el colectivo, hasta sobre determinar negativamente cualquier consideración relacionada con el bagaje cultural de otras sociedades, e incluso, del de otros segmentos de la misma población. En contraste, invariablemente se ha buscado preservar libre de cuestionamiento, el brillo, la exclusividad y autenticidad de la cultura propia, identificada, en todos los casos, por el gusto de los sectores hegemónicos.

Para ello, a la hora de las justificar la disparidad de tan notoria asimetría no se ha juzgado necesario aportar evidencias sólidas sino que, más bien, se han limitado a esgrimir motivaciones “trascendentales”, que se sugieren como enraizamientos en el ser mismo. Estas suelen sustanciarse como tradiciones transmitidas desde viejos tiempos en la forma de dosis de “sabiduría” o “revelación”. La profesión de fe en él único dios verdadero y omnímodo, y su estela de dogmas, ritos, preceptos y tabúes, lucen estupendos a la hora de enfrentar las huestes de ídolos ajenos y sus “infra culturas” respectivas. Esa, tal vez, puede ser la hiper valoración más constante porque por esa vía se han entronizado a su favor las más exaltadas categorías que se hayan acuñado, como la eternidad, que a todo precede y trasciende; y la bondad infinita, que se califica per se muy por encima de todo la habido, y lo que sobrevendrá, por si acaso.

Igualmente la filosofía, en su especulación continua de generación en generación, se ha encargado de refinar construcciones metafísicas que se ofrecen en pres digitaciones para dar garantía de integridad gnoseológica al orden cultural imperante, y de su exclusivismo además. En verdad puede decirse que son contadas las mentes abiertas que en aislados esfuerzos se han ocupado con alguna independencia de criterio a escudriñar y valorizar lo innatamente foráneo o, al menos, lo diferente, sin que, por otra parte, pueda decirse que hayan sido escuchadas con alguna “civilidad” por sus contemporáneos. No se reconoce en este punto disposición y alcance suficientes de la ciencia; ni tampoco, disquisición equilibrada en el libre pensamiento, en la filosofía.

En relación a las ciencias sociales, hay que admitir que avanzan con una lentitud sorprendente, dado su incipiente desarrollo. Hay a la vista demasiados temas esperando tratamiento y formalización fructíferos al más amplio nivel; y por la otra, su utillaje metodológico, aún en este nuevo siglo, luce todavía precario, tímido, confinado a estrechas parcelas. Pesa demasiado sobre el científico social de hoy la seducción de la elegancia formal del discurso matemático, que tanto ha impulsado a las ciencias físicas; y también, la recolección de evidencia empírica asombrosamente sofisticada de las ciencias naturales actuales. Buscar asirse a la cola de ese “expreso” le acarrea multitud de frustraciones a las ciencias sociales, el más grave de los cuales, sin duda, es el de mantener un tanto soslayados, en los ganchos del frigorífico, los asuntos centrales de su incumbencia.

Uno de esos temas medulares es, precisamente, la Cultura. Lo es por multitud de motivos. La cultura es una práctica decantada de todas las acciones humanas y que se vuelve de inmediato para aflorar como agente en la intervención sub siguiente. La pudieron otear así los estructuralistas en el siglo pasado cuando crearon la “superestructura” como el ámbito que consideraron idóneo para albergar y estudiar los aspectos del saber, el entender y el valorar y las formaciones que se conocen como las instituciones. Este esfuerzo teórico habilitó alguna comprensión de esas realidades, pero, por aparte, los científicos sociales se conmocionaron en una pírrica satisfacción al incorporar en su cuerpo teórico un capítulo permanente apuntando en esa dirección, y con “interesantes” nexos hacia la Teoría de Sistemas, que se había revelado como una herramienta fructífera en otros cotos del saber. No obstante, como sabemos, la Cultura es un proceso histórico. Como tal, su desarrollo es dialéctico y es en ese continuum donde interactúa la multitud de determinaciones simultaneas que deciden los acontecimientos. La jerarquización de ellas, para fines de estudio, debe valerse de métodos heurísticos concomitantes. Ante ese reto, la “dimensión diacrónica” asomada por el estructuralismo resultó decepcionante.

“La inhabilidad de la Inteligencia Racional para analizar el mundo social apropiadamente ha llevado a las ciencias positivistas a forzar un universo romo, cerrado a los acontecimientos irreductibles o complejos. Dicho en pocas palabras: ante la dificultad de operar con una realidad rica en situaciones sui géneris, la estrategia del estatus se desvía a aplanar abusivamente esa realidad imponiendo simplificaciones mediocres. La riqueza en significaciones propia del mundo real que, por supuesto, sigue vivito y coleando y con todas sus contradicciones, es sistemáticamente desaparecida. Se canaliza la sensibilidad del hombre de la calle hacia lo intrascendente, hacia la bagatela.” [1]

Lamentablemente es preciso hacer de lado aquí temas apasionantes que se desgajan limpiamente del narcisismo de nuestra Cultura. Una muestra sería la depredación cultural acaecida a lo largo de los siglos “heroicos” en la terrible expansión compulsiva de todos los imperios, cuando se redujeron a polvo y a silencio inimaginables logros del conocimiento y del sentir de los vencidos. Por ser eso territorio absoluto del enigma, duele menos; por lo irresarcible, desalienta la reclamación; pero sobre todo, que por haberse ido aceptando de modo general como fatalidad extendida a todos los sobrevivientes del planeta, deja de ser materia fructífera para nuestro tipo de debate. Es estimulante señalar, de todos modos, que minorías sensibilizadas trabajan cada vez más, y más ingeniosamente en la recuperación en lo posible de ese pasado. También se atiende más a la conservación de las culturas aún vivas; y de las derivaciones de estas, que se detectan inmersas y con algún vigor dentro del caudal cultural contemporáneo. Esta es la excepción, y minúscula; no la regla. Que eso quede claro.

Lo que si merece impostergable reseña sobre ese tópico, por ser actualidad pura, es que, en contraposición, la Cultura, hoy ya totalmente universalizada, imbuida por la ideología dominante, se aplica íntegramente para ampliar consumos al impulso que impone la acumulación capitalista, y arrincona y destruye a ritmos impresionantes los remansos y rasgos de todas las culturas genuinas que pudieran fungir como alternativa de comprensión en algún cerebro. Se trata de un neo-colonialismo que con la anuencia de los sectores locales asociados, valiéndose de un consenso sin debate, estandariza los íconos de la Cultura occidental para imponerlos en los rincones más apartados de la geografía. De trece mil lenguas nativas que quedan actualmente, preveen los expertos que solo sobrevivirán cinco mil dentro de escasos diez años. Detrás de cada lengua se va inexorablemente una cultura. Lo que queda es solo folklore-espectáculo al servicio de la ganancia de las trasnacionales del turismo.

La cuestión suprema en este punto es entender como una Civilización cada vez más trivializada, opaca y deficiente pueda pulverizar, por decir, en un santiamén, toda la diversidad cultural de cuna de hombres de distintas latitudes. ¿Qué grado de exacerbación del narcisismo cultural es capaz de remover lealtades e identificaciones a menudo milenarias; no solo en culturas minoritarias, que pudieran resultar demasiado vulnerables; sino en verdaderas gigantes y refinadas como las asiáticas, cuya capitulación pasmosa corre en las últimas décadas sin que se levante una voz de explicación, o al menos de estupor ante un hecho insólito desde todos los milenios? ¿A la vista de tan brutales capacidades de desmantelamiento y colonialismo cultural, qué puede esperarse de las réplicas a orquestarse dentro de la sociedad capitalista misma?

Va quedando relegado el vaticinio de Herbert Marcuse, consignado en “El Hombre Unidimensional”, que señalara a los marginados como el motor del detente eficaz ante la deshumanización generalizada impuesta por el capitalismo. Hablamos del repliegue táctico desde el proletariado – seleccionado por excelencia para ese rol hasta entonces – hasta los sectores excluidos. La historia reciente abunda en intentos políticos fallidos y en diagnósticos y planes con esa intencionalidad estropeados. Podría asumirse que en tantos fracasos incidiera alguna inhabilidad de los protagonistas que asumieron el rol de progresistas. Pero eso no puede ser todo, y de pronto no ser siquiera un factor de relevancia. Solo en la historiografía elemental se encuentran explicaciones de los hechos basándose primordialmente en las habilidades de los líderes en lid.

Hoy día es axiomático que la inteligencia unicamente se puede enfrentar con inteligencia, y de la sobresaliente. El sistema capta todo el talento hacía la concreción de sus fines, desactivando subrepticiamente los escrúpulos en el individuo. Con ello cercena una mente prometedora a la humanización para asignarla a la destrucción armada, o a la propaganda envilecedora, o a la educación centrada en el mito, o la pura multiplicación de la ganancia, entre muchas otras ocupaciones con exigua o perniciosa trascendencia. Por eso en esta etapa de la historia la más urgente acción-respuesta a acometer ha pasado al ámbito cultural, sin desmedro de los otros. Ahora es preciso llevar a proporción ese narcisismo de la civilización alienatoria porque a través de él es que se entroniza en el hombre unidimensional la inversión sicológica que lo banaliza frente al apabullante cerco de imágenes todopoderosas que se le ha tejido. En pocas palabras, es preciso buscar que el espejismo científico-tecnico-consumista se haga añicos en la sicología del ciudadano. Para ello se requiere una sabiduría social limpia . Como ejemplo cercano invoquemos la siguiente cita: “Es inevitable, y necesario, que la Historia Inmediata sea una historia comprometida pero plural y profesional. Es decir, una historia honesta, como defendía Bloch en ‘La extraña derrota’” [2]

¿Qué inmensos desafíos pudieran toparse para la conquista de una sabiduría social limpia? Sin una pizca de ambigüedad podríamos responder que muchos o pocos. Al desatarse una dinámica holista de transformación no hay caminos lineales, por tanto es ocioso hacer vaticinios con los tropiezos o las duraciones a lidiar. Puede figurársela como una carambola lograda a un número indefinido de bandas, afectada solo tangencialmente por eventos fortuitos esporádicos, donde el juego de contradicciones maduradas marca el régimen del acontecer. Es labor de la buena inteligencia ejercer un desempeño habilidoso para mantenerse a flor de ola como los mejores surfistas.

Dado que el “Welfare State”, y la “American Way of Life” son el gran señuelo para la adhesión de las masas al capitalismo salvaje; se impone que en la fase de incubación de una transformación, realmente de fondo, las condiciones materiales de la sociedad hayan debido llegar a cierto nivel de deterioro, o al menos una apariencia tal, de modo que su sufrimiento logre despertar la reacción opuesta por sobre la adicción alienante en poblaciones significativas.

No hay predicciones de simplismo agorero aquí. Un sencillo modelo matemático inobjetable hasta ahora indica que la viabilidad del sistema capitalista descansa en la factibilidad segura de mantenerse agregando un delta de rendimiento del capital para generar el nuevo capital ampliado. Como ese juego compulsivo exige adicionalmente condiciones de liberalidad en la movilidad de los actores, que siempre están tentados a retirar para sí la mejor de las tajadas, el resultado ha sido hasta ahora un conflicto perenne que arrastra a la sociedad en una carrera desenfrenada para incrementar sin límites los rendimientos extraídos a la tierra, a la mano de obra y a la tecnología, en progresión indefinida, y por tanto, finalmente insostenible. La realidad actual nos indica que es creciente el número de campos donde se nos viene encima el agotamiento, casi en tiempo presente, si lo referimos a los “tempos” usuales de los hechos históricos o naturales.

Aún en nuestra era de democracia representativa con dos siglos de ejercicio, el poder, el real poder, que rara vez coincide con el del sufragio, conspira en contra de las mayorías igual que en los mejores tiempos del Absolutismo. Extremadamente sagaz, maestro en el arte de la manipulación y el mimetismo, ha aprendido a hacer uso para su provecho, de todas las potencialidades de la civilización, de las alianzas sin fronteras, de las acciones encubiertas para “interés nacional”, de la coacción, de la tergiversación, y hoy, especialmente, de la información masiva, emblema de nuestros tiempos. En las etapas de crisis y de confrontación, el poder altera más abiertamente las normas de la convivencia venciendo escrúpulos hasta arrebatar derechos en carnicerías que luego permuta en heroicidades. Ese será el contrincante final a enfrentar forzosamente en la próxima gran crisis.

En la dimensión cultural, a más de las labores urgentísimas de redención y vivencia de los legados genuinos, debe estimularse a través de todos los canales posibles la sensibilidad multiestandard que active una dinámica de ejecución fecunda para el hombre mismo en muchos lugares y en varios niveles a un mismo tiempo. La piedra filosofal de toda acción con esa intencionalidad necesariamente ha de soportarse en una teoría crítica bien consistente como la asomara Max Horkheimer hace pocas décadas atrás. En definitiva, recalcamos, que el duelo es de talento, no de dogmas. Y como nunca antes.

. . .

. Citas:

[1] César Berbesí, Canto para un Indignado, Cap. XXIII, 2012;

[2] Carlos Barros Guimeráns. Online, 15/02/2006.

Rebelión }

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