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Sacrificio
por V.J. Rodríguez González
¡Sacrificio! Es uno de los conceptos más caros al Estado-Capital, inculcado desde la infancia y replicado hasta la saciedad por los medios de formación de masas. Sacrificio por el Estado, por la economía, por la patria, por la familia, por el trabajo, por dios, por alá, por yavhé, por el partido, por la revolución, por el proletariado, por la empresa… ¡Sacrificaos! Proverbialmente, es en el deporte de alta competición el que más reitera y divulga el término sacrificio. No importa que los deportistas sean seres que, en esencia, alargan su adolescencia hasta los treinta y pico. Hay que sacrificarse por la carrera, por el equipo, por la victoria. El deporte es el modelo y ejemplo a seguir por el resto de la sociedad. Los políticos, los banqueros, los militares y los policías se sacrifican por el pueblo, el cura por su rebaño.
Como expone Antonio Escohotado en su libro Historia general de las drogas en los pueblos antiguos existía “el temor universal a la impureza (miasma) y su correlato, el deseo universal de purificación ritual (katharsis) (…) En correspondencia con el principio de enfermedad – castigo y la oposición pureza/impureza aparece la institución religiosa fundamental del sacrificio, núcleo de todos los cultos reconocidos, tanto presentes como pasados (…) La tesis del chivo expiatorio constata en el sacrificio el obsequio de una víctima a la deidad (…) Lo así ofrecido abarca desde un cabello de la cabeza hasta un animal o víctima humana”.
La celebración religiosa católica en la que se plasma la exacerbación del rito del sacrificio es esa efeméride sado-masoquista llamada Semana Santa. No hay más que contemplar las tallas de los pasos, reflejando dolor, sufrimiento y agonía en homenaje al que se sacrificó por todos, el cristo redentor… Se llega al paroxismo en tradiciones españolas como los picaos o los empalaos y no digamos ya en Filipinas, donde el fanatismo lleva a algunos individuos a ofrecerse voluntariamente para ser literalmente clavados en una cruz. Asimismo, podemos colegir que la lógica del sacrificio llega a su culminación con el hombre-bomba suicida: la versión desesperada, subdesarrollada y tercermundista del sacrificio por una causa. (En los países desarrollados, los asesinos matan a distancia, sin ponerse en riesgo, civilizadamente, que por algo son países democráticos).
Así pues, en una sociedad predispuesta al sacrificio en nombre de unos determinados valores, ¿quién cumple el papel de regalo expiatorio? Evidentemente, los inadaptados que se niegan a sacrificarse, ya sea por necesidad, por impulso o por convicción: el drogadicto-preso-delincuente, el pensionista rebotado, el disidente existencial y/o político – al que se le puede achacar el anatema de terrorista -, el enfermo mental: hay chivos expiatorios que lo son conscientemente y está quién lo es a su pesar.
Si te sacrificas por una causa, asegúrate de que es una buena causa. Y no sacrifiques a nadie contigo.
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